Impuestos absurdos
No hay cosas gratis
Benjamín Franklin decía que sólo había dos cosas seguras en la vida: la muerte y los impuestos. Todos nos vamos a morir en algún momento futuro y todos en algún momento de la vida vamos a pagar impuestos.
En general tenemos dos tipos de impuestos, el impuesto directo y el impuesto indirecto, los primeros son los que te cobran por lo que tienes o por lo que ganas mientras que los segundos te los cobran cuando consumes, así que la única manera de no pagar impuestos es que no tengas nada, que no ganes nada y que no consumas nada.
Algo que debemos tener en mente es que no hay impuestos buenos, que se haga algo bueno después con lo que el gobierno te quita no implica que sea bueno que te quiten parte de tu ingreso a la fuerza. En el liberalismo se usa muy seguido un eslogan muy provocativo, “los impuestos son un robo”, detrás de esto está la idea de que lo que ganaste producto de tu trabajo es sólo tuyo y de nadie más, al menos, claro, que tú decidas darlo. Si vas pasando por la calle y te detiene un ladrón para decirte pistola en mano que le tienes que dar el 35% del dinero que traes en la cartera o te dispara a este acto lo catalogaríamos como un robo, ahora cambiemos ladrón por gobierno y pistola por cárcel y lo que tenemos es que el cobro de impuestos se parece mucho a un robo, tienen en común el hecho de que te quitan algo de forma involuntaria y además hay coerción.
Los impuestos se los debemos a los egipcios que hace unos cinco mil años les pareció buena idea agarrar el dinero de los demás para dar servicios, no es muy eficiente que cada quien pavimente su calle o que cada casa tenga su propia policía, no parece mala idea cooperarnos entre todos. Entonces los impuestos son en realidad un mal necesario y como todo mal lo que queremos es la menor cantidad posible de ese mal, los necesitamos pero no son buenos. Además los impuestos no vienen solos, los impuestos tienen consecuencias, a veces buenas, a veces malas, pero lo que sabemos con certeza es que los impuestos influyen en nuestras decisiones. Piensen, por ejemplo, en un impuesto a la gasolina, al aplicarse un impuesto a la gasolina ésta subirá de precio y nosotros cambiaremos nuestro consumo, en una situación normal consumiremos menos gasolina y menos gasolina implica menos contaminación, el impuesto sirvió, al final, para ayudar al medio ambiente.
Como el gobierno no tiene llenadera, a lo largo de la historia han surgido impuestos que rayan en lo absurdo, por ejemplo, en la antigua Roma le pusieron un impuesto a la orina. La orina se utilizaba para curtir pieles, personas recolectaban la orina en los baños públicos y la vendían, entonces, impuesto. A finales del Siglo XVII en Rusia decidieron que era buena idea ponerle un impuesto a las barbas, si tenías barba, impuesto. Los ingleses salieron bien creativos para esto de los impuestos absurdos, por ahí del año 1696 decidieron ponerle un impuesto a las ventanas, si tenías más de diez ventanas en tu casa, impuesto; lo que terminó pasando es que las personas empezaron a quitar ventanas. Le pusieron también un impuesto a los sombreros, a las chimeneas y hoy todavía tienen un impuesto a la televisión, si tienes televisión en tu casa, impuesto.
Dirán, eso no pasa aquí en México. Pues sí, sí pasa. En Hidalgo, por ejemplo, tenemos un impuesto por dar trabajo, si se te ocurre darle trabajo a alguien de manera formal, impuesto. Algo que debería de ser premiado es castigado. Otro impuesto igual de absurdo es el impuesto al ahorro, si en México se te ocurre ahorrar, impuesto. No contentos con esto el impuesto al ahorro lo piensan aumentar 10 veces en 2024. Gravar el ahorro es malo pero de alguna forma hay que sacar más dinero.