El siglo XXI exige una reorientación epistemológica, teórica y práctica fundamental. El eje de este cambio paradigmático es el reconocimiento de la relación intrínseca e ineludible entre los sistemas observados y los sistemas observadores. Esta perspectiva desafía la noción tradicional de una realidad objetiva e independiente, demostrando que toda observación es, inherentemente, una construcción. La convergencia de ideas de pensadores aparentemente dispares como Werner Heisenberg en física y Martin Heidegger en filosofía proporciona un sólido argumento teórico para esta nueva comprensión.
Werner Heisenberg, a través de su principio de incertidumbre, asestó un golpe decisivo a la objetividad mecanicista de la física clásica. Este principio postula un límite fundamental a la precisión con la que se pueden conocer simultáneamente ciertas propiedades complementarias de una partícula, como su posición y su momento. Lo crucial no es sólo una limitación técnica, sino una revelación ontológica: el acto mismo de medir o “observar” un sistema cuántico altera fundamentalmente su estado.
En un sentido similar, Martin Heidegger, desde la fenomenología existencial, ofrece un marco filosófico que resuena profundamente con estas visiones científicas. Su concepto central, el Dasein o “ser-ahí”, desafía la tradicional división cartesiana entre sujeto y objeto. Para Heidegger, el ser humano no es un sujeto aislado que observa un objeto independiente, sino que está constitutivamente “ser-en-el-mundo” (In-der-Welt-sein).
El Dasein participa dinámicamente en su entorno; su comprensión de la realidad está arraigada en su contexto vital, histórico y práctico. El mundo no es una colección de objetos inertes a la espera de ser observados objetivamente, sino un horizonte de significados y posibilidades en el que ya estamos inmersos. La ciencia misma, para Heidegger, es un modo particular de “desocultar” el ser, pero este desocultamiento está siempre condicionado por la precomprensión y las herramientas del Dasein.
Heisenberg demuestra que incluso en el nivel fundamental de la materia, la interacción del observador es constitutiva de la realidad observada. Heidegger proporciona la base ontológica, insistiendo en que la separación sujeto-objeto es una abstracción que oscurece nuestra condición fundamental de participación activa en el mundo.
Entendidos estos planteamientos diferentes pero a su vez, complementarios de una misma idea, el siglo XXI debe abrazar esta reorientación. Teóricamente, nos movemos hacia marcos que integran la complejidad, la recursividad y la autorreferencialidad. Prácticamente, esto exige un enfoque en la ética de la observación, la responsabilidad por las realidades que construimos mediante nuestras distinciones y la humildad epistemológica en todas las disciplinas. La nueva ciencia y práctica ya no tratan con una realidad externa y fija, sino con un dominio de interacciones dinámicas donde el observador es una parte integral e ineludible de la ecuación.
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