Eterna memoria

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Garlito

Permanecer en el tiempo y en el espacio, agradecer la existencia y como fue vivida, homenaje de quien queda para los que parten a la vida eterna, una constante preocupación humana desde todos los tiempos, es testimoniar el paso por este plano existencial, los sepulcros, monumentos, cementerios, pirámides, fueron creados para recordar la vida; todas las culturas, intrínseco de humano es el culto a la muerte o a los difuntos, y las tumbas dicen a veces mucho más que cualquier biografía.

Foto: Carlos Sevilla

En Paz

El arte mortuorio es una expresión dedicada a la estética de la muerte, inspiración de los últimos respiros o de instantes después del expiro, figuras dolientes, llanto y ojos suplicantes, ángeles iluminados, vírgenes maternales, estatuas divinas, cruces, símbolos, objetos que pueden ayudar en el más allá a los muertos o son logros de su vida; desde mucho antes del embalsamamiento en Egipto, los hombres de Neanderthal, hace ya más de 50 mil años, utilizaban tanto en el interior de las fosas como en el exterior, objetos y elementos estéticos destinados exclusivamente en honor a la Vida y la Muerte de quien yace.

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De acuerdo a las distintas interpretaciones que tiene la humanidad sobre esos dos planos existenciales únicos, Vida Muerte, a las creencias religiosas, costumbres sociales, pertenencia a sociedades o grupos ideológicos, en las tumbas se refleja mucho de esa vida que se conmemora, dice más aún sobre los vivos; tumbas que irradian luz, tranquilidad, limpieza y un constante recuerdo, otras floridas apacibles trozos de naturaleza, sin embargo unas inhóspitas, desérticas, frías, olvidadas: la ausencia del recuerdo para muchas tradiciones es verdaderamente el fin.

Foto: Carlos Sevilla

Monumento

Herencia cultural notable, no solo de la vida, el paso de los ingleses por la comarca minera es definitiva para construir la personalidad de la colectividad de esos lugares, durante muchos años tétrico espacio de difícil acceso y misterios ocultos, atrayente bosquecillo en lo alto del mismo pueblo, hoy resguardado, protegido y estudiado, el Panteón Inglés de Real del Monte, es un testimonio viviente de ese culto a la Muerte y a la Vida, sin importar que muchos de esos deudos jamás hallan visitado la tumba de sus tatarabuelos, sus monumentos arte mortuorio hacen a este cementerio una joya histórica, declaración absoluta del paso por estas tierras de los aventureros del mar del norte.

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Foto: Carlos Sevilla

Sus lápidas, monumentos de mármol y mampostería, epitafios y la estética colocación de los elementos símbolos celtas y masónicos, umbrales a otras dimensiones, un lenguaje secreto incrustado en el bosque mágico; personalidades que con vidas intensas vinieron a morir aquí en unos de sus últimos intentos por trascender la dimensión humana, aventureros, piratas, hombres de negocios y religiosos, damas de alcurnia, hijos legítimos y no; espacio natural donde la belleza de nuestras montañas se integra al recuerdo de algunos que afirman: uno no es de donde nace, sino de donde come y muere.

Este cementerio cuyo primer cadáver fue sepultado en 1834 Robert Tindall, de acuerdo a investigadores, oficialmente edificado en 1862, no contiene el cadáver del famoso payaso Ricardo Bell, nombre de un minero inglés, y la orientación de su tumba es un misterio se dice; el panteón inglés en Real del Monte es uno de los museos de arte mortuorio más vivo que tenemos, epitafio… Benditos son los que mueren en el Señor. 

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Rolando García

Pachuqueño, periodista guionista, registrando la historia cotidiana de todos los días
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