Ahora que lo pienso, existen varias razones para acercarse a la novela más reciente de un autor con una trayectoria tan distendida y laureada como la del español Juan José Millás. En primer lugar debo de colocar el gancho y potencia del título; Ese imbécil va a escribir una novela tiene mucha jiribilla y me hace gracia que, en algún momento del pasado, alguien la hubiese ocupado para hablar de mí… y en efecto, aquel imbécil hizo dos.
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A continuación, tengo que reconocer que el equipo de marketing de Alfaguara lo hizo bien al plantear que aquí hay un escritor que se llama Juan José Millás y se enfrenta al reto de redactar un reportaje que podría ser el último de su carrera… alguien que intuye que se haya cerca el momento de poner punto final al ejercicio periodístico y de golpe se ve hurgando en su propio pasado.
Columnista de muchos años en El país y un animador de la literatura hispanoamericana, Millás cuenta con el crédito suficiente como para que sus libros se lean con atención. Ya con 79 años a cuestas es un hombre que sabe que debe contar cosas verdaderamente importantes; de su lado tiene un lenguaje preciso… diáfano.
Encuentro en su novela más reciente un impulso de abrazar entera la libertada creativa muy al estilo de Canón de cámara oscura, la más reciente, entrega de Enrique Vila-Matas, pero conservando algunos de los temas que le han acompañado a través de los años: la construcción de la identidad y el desdoblamiento de la personalidad.
En Ese imbécil va a escribir una novela se acerca a la estrategia vilamatiana en la que la literatura se cuela hasta la vida real y viceversa, es decir, se hacen difusos los limites entre realidad y ficción.
Podríamos señalar que estamos ante una historia intrínsecamente relacionada con la memoria y la nostalgia -y estaríamos en lo correcto-, pero al final uno se queda con la sensación que la verdadera razón para contar esta historia es la vejez: “Hay una edad en la que te miras al espejo y ves al viejo que serás. Hay otra edad en la que te miras al espejo y ves al muerto que serás. Desde esa edad se escriben estas páginas (éste reportaje?)”.
El protagonista-escritor decide remontarse a una anécdota crucial de su infancia en compañía de su madre y posteriormente retomar contacto con un amigo de la juventud del que sospecha que está irrumpiendo clandestina y tecnológicamente en su vida y escritura; Millás tiende un velo brumoso en torno a la verosimilitud de lo narrado: “Soy un hombre aturdido. Percibo la realidad con un ruido de fondo y lo peor es que no sé si el mensaje importante es el que procede de la realidad o el del ruido del fondo”.
Existe aquí un afán por encontrar el tema del mentado e hipotético último reportaje que redunda en que Millás consigue identificar distintas posibilidades que se le cruzan y que terminan conformando no un reportaje, sino la novela misma.
El narrador logra gran tensión y reflexión alrededor del paso inexorable del tiempo, del momento de poner punto final al ejercicio de una oficio al que se ha sido fiel por tantísimos años. Una vez más, se comprueba lo traicionera que es la memoria -principio madre de la ficción-.
Ese imbécil va a escribir una novela está lleno de las obsesiones de Millás y es por ello que cierro está entrega con una de ellas que lo representa a la perfección: “He vivido siempre con la aspiración fracasada de conquistar una personalidad distinta de la que me posee”.
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