A unos metros de la Zona Arqueológica de Huapalcalco, en Tulancingo, la lucha por preservar un pasado milenario coexiste con la dura realidad de la niñez que habita en sus alrededores. En lo alto de esta zona, cerca de los vestigios monumentales con marcada influencia teotihuacana, el presente es una lucha diaria.
Mientras se busca proteger el patrimonio histórico, que en 2023 logró la declaratoria como Zona Arqueológica —ahora en riesgo de revocar por fallas en el procedimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)—, el futuro de las nuevas generaciones del Fraccionamiento Chichimecatl, que, aunque se encuentran fuera de la poligonal de las ruinas, se ve amenazado por la falta de servicios básicos como agua, drenaje, electricidad, alumbrado público, manejo de residuos y caminos.
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Desde una edad temprana, los niños y niñas de la zona se ven obligados a acarrear agua para sus hogares, una tarea que se suma a sus deberes escolares. El simple trayecto a la escuela es una dificultad, pues deben cruzar caminos llenos de maleza y piedras. Situación que, según el Sistema de Indicadores de Primera Infancia México, atenta directamente contra su derecho a la educación, la salud, un nivel de vida adecuado, el descanso y la recreación.
Desde una edad temprana, los niños y niñas de la zona se ven obligados a acarrear agua para sus hogares, una tarea que se suma a sus deberes escolares. El simple trayecto a la escuela es una dificultad, pues deben cruzar caminos llenos de maleza y piedras. Esta situación, según el Sistema de Indicadores de Primera Infancia México, atenta directamente contra su derecho a la educación, la salud, un nivel de vida adecuado, el descanso y la recreación.
Esta herramienta de monitoreo, creada para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible hacia la Agenda 2030, advierte que “pequeñas perturbaciones” en la vida de la primera infancia pueden ser determinantes en el desarrollo incluso en la edad adulta.
Niñas y niños crecen entre la historia y la carencia
Las dificultades para la niñez en las familias que viven en esta parte de Huapalcalco, comienzan desde el vientre materno. El embarazo se convierte en un reto diario, marcado por una subida constante que exige un esfuerzo sobrehumano.
El eco de las piedras bajo sus pies es el único sonido que acompaña a Valentina —nombre que usó para el reportaje— en su ascenso. Cada paso por la vereda empinada y rocosa de la calle Tlotzin es una prueba. La madre de una niña de 11 años recuerda que, con siete meses de embarazo, el miedo a un tropiezo se volvió su sombra.
En Huapalcalco, la historia no es solo un recuerdo; es una realidad marcada por la carencia. El nacimiento de su hija se acercaba, y con ello la angustia de no poder garantizar las condiciones mínimas. La imagen de su propia infancia la asaltaba cada amanecer, cuando se preparaba para la tarea más extenuante del día.
Recuerda a su madre, madrugando para acarrear agua, se veía reflejada en esa misma rutina, atrapada en un ciclo de carencias que creía un día iba a superar.
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“Toda la vida ha sido igual”, confiesa Valentina, con la voz ahogada por la dificultad de respirar mientras sube a su casa. La falta de agua no es solo una incomodidad para las madres embarazadas; es la amenaza que acecha su higiene, su salud y la de sus bebés. A este miedo se suma la angustia de que el parto se adelante o se complique, sabiendo que una ambulancia no podrá llegar hasta la cima por el difícil camino.
La vida en la cima es una metáfora de la marginación: un lugar de belleza ancestral, pero al mismo tiempo un rincón olvidado donde la niñez y la maternidad se enfrentan a un desafío implacable, obligadas a cargar el peso de una historia que no avanza.
Un camino de vida a cuestas
Cargar a los hijos o acarrear agua desde la niñez por los caminos empinados ha dejado una huella en el cuerpo de los adultos que habitan en esta zona. Hoy, muchos sufren de dolores crónicos de espalda y cadera, una consecuencia del esfuerzo constante.
“Mi mamá me cuenta que, de niña, ella me llevaba cargando al preescolar”, relata una niña de diez años, a quien llamaremos Laura para proteger su privacidad. “Era muy difícil. A la altura de la iglesia del Señor de los Trabajos, me bajaba, me limpiaba los zapatos y nos íbamos a la colectiva”.
“Cuando llueve, a veces uso mi impermeable y tengo que cuidar mis zapatos”, dice un niño de siete años, a quien identificaremos como Juan. A pesar de que los habitantes han abierto un sendero, la temporada de lluvias convierte el camino en un verdadero lodazal. Las familias han improvisado un sistema de alumbrado con focos colgados de postes de madera para poder caminar con seguridad en la noche, aunque los riesgos persisten.
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“Cuando me canso, me siento un rato, respiro y sigo caminando. A veces, mis papás me cargan”, comenta Lupita, nombre usado para reservar su identidad. Otra niña, mientras tanto, cuenta que ha resbalado varias veces por la lluvia. Los niños y niñas coinciden en lo difícil que es caminar con bolsas en los zapatos, si no tienen botas, para protegerlos del lodo.
La escasez de agua complica aún más el panorama en esta parte de Huapalcalco. Recientemente, el servicio se interrumpió por veinte días. Cuando el agua regresó, las mujeres bajaron un lavadero para usar el agua de los tinacos donde almacenan el agua que le compran al ejido.
“Nos bañamos cada tres días, si tenemos agua”, dice Juan. Las niñas, por su parte, cuentan que sus padres deben comprar muchos pares de calcetas, ya que estas se ensucian con el lodo durante la lluvia y no siempre hay agua disponible para lavarlas.
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Huapalcalco: un paisaje de descubrimiento y pertenencia para la niñez
La niñez de Huapalcalco ha forjado un vínculo con su entorno. En medio de la vegetación exuberante y el legado de sus antepasados, los pequeños han hecho de su paisaje un espacio para el juego y el descubrimiento.
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“Me gusta el patio de mi casa porque ahí juego y ayudo a barrer. Me gusta mi casa porque veo mucho verde”, cuenta Juan, con la mirada puesta en un paisaje que para él es un lugar de juegos interminable.
Para la niñez, la Zona Arqueológica no es solo un montículo. “Me gusta vivir a un lado de la zona arqueológica. Para mí es un signo de nuestra comunidad”, expresa Laura con orgullo.
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Aunque describe su entorno como un lugar sagrado y de belleza natural, la niña expresa: “la verdad, sí me gustaría vivir en otro lugar porque es muy difícil lo del agua”. La falta de servicios básicos le impide según sus propias palabras “invitar a mis amigas a casa”.
Ecologistas por necesidad y una lucha por los derechos
En el Fraccionamiento Chichimecatl, las mujeres se han convertido en ecologistas por necesidad. Reutilizan todo lo que pueden; por ejemplo, una madre de familia utiliza lavadoras descompuestas para almacenar agua.
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Usan los restos de fruta para abonar sus plantas y bajan el resto de la basura en bolsas hasta la avenida principal, donde esperan al camión recolector. El único servicio que llega a sus casas es el repartidor de tortillas en su moto.
En 2018, la vecina Dominga García Teodoro obtuvo un amparo contra el gobierno municipal por la negativa a otorgarles servicios básicos. La administración de Tulancingo de ese entonces argumentó que se trataba de una zona arqueológica, pero el tribunal determinó que la autoridad no había justificado su negativa y estaba violando los derechos fundamentales de la persona.
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A pesar de que las familias cuentan con escritura pública y pagan impuesto predial, y de que la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo acudió a verificar las obras que demandaba la población, esta lucha ciudadana no prosperó.
Siete años después de que el sitio Huapalcalco fue delimitado y declarado formalmente como Zona Arqueológica, el futuro de estas familias sigue en el olvido. Entre un pasado milenario que carece de un plan de manejo adecuado para su conservación y protección, y la niñez de Huapalcalco que continúa a la espera de sus derechos, sostenida por la resiliencia de las madres de familia.
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“Interés superior de la niñez” debe ser prioridad: REDIM
En entrevista con la Jornada Hidalgo sobre este tema, Rafael Castelán Martínez, integrante del Consejo Directivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), enfatizó que la Convención sobre los Derechos del Niño integra cuatro principios fundamentales que no solo las autoridades, sino también “todas las personas adultas, organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación y las empresas tienen que tomar en cuenta”.
Uno de estos principios es el del interés superior de la niñez, el cual se suma al de participación, supervivencia y desarrollo. “Bajo este principio es como se tienen que tomar todas las decisiones. Las decisiones que tenemos que tomar tienen que estar procurando siempre su supervivencia, su máximo desarrollo, una vida digna principalmente”, afirmó.
“Ahí radica una de las principales violaciones de los derechos de la niñez porque en este caso, el hecho de que no se agilice una zona arqueológica, un derecho incluso a la recreación o al territorio no se está garantizando por parte de las autoridades”, señaló Castelán.
El defensor y promotor de los derechos de la niñez y la adolescencia, consideró que las autoridades podrían estar priorizando otros intereses, como los económicos o los conflictos por el tema de la tierra, y al no resolver o no decretar el espacio como una Zona Arqueológica, violentan los derechos humanos.
Finalmente, el integrante de REDIM cuestionó: “¿Qué consulta ha hecho el INAH a los niños y niñas que viven en esa zona? ¿Qué elementos ha proporcionado de información para saber qué están pensando sobre estas decisiones que se están o no se están tomando?”.
Castelán explicó que la violación de los derechos humanos puede darse de tres maneras: por acción, por omisión y por aquiescencia.
“La que menos se mira es la aquiescencia, que a veces tiene un disfraz que hay que develar y en muchos casos parece que las autoridades están tomando decisiones y caminos conforme a lo establecido en la ley, pero no están aplicando esos principios que puedan generar una mejor condición, en este caso para las niñas y los niños”.
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