El viraje poético de Daniel Fragoso

Circo Sónico

¿Cuántos roles debe desempeñar un hombre a lo largo de su vida? ¿Cuántas facetas o cambios de personalidad existen? Nada permanece inmutable… somos materia en evolución constante o en deterioro perpetuo –como quiera que se vea-. La única certidumbre es la muerte y de todo lo demás es ir dejando evidencia… retales, detritos… y como parte de ello se encuentra lo que llamamos arte.

Con esa frase abrí la presentación, el sábado 28, del libro más reciente del poeta hidalguense -en versión italiano-español-, como parte de la Feria del Libro Infantil y juvenil 2024; a continuación, ofrezco otro fragmento del texto que ahí se leyó.

Estoy convencido de que lo más importante por decir esta tarde es que tienen delante de ustedes a unos sobrevivientes… y eso ya es todo un pronunciamiento; la presencia de la muerte ha sido muy cercana y es inevitable que deje huella, por lo que considero propicio evocar a la inmensa Alejandra Pizarnik, cuando escribe:

Hemos dicho palabras,

palabras para despertar muertos,

palabras para hacer un fuego,

palabras donde poder sentarnos

y sonreír”

Las dos personas que estamos aquí arriba no somos los mismos de hace tantos años… la intención con la que subíamos a este mismo escenario era muy distinta; parafraseando a la argentina: hemos encendido muchísimos fuegos, intentamos mantener vivos a nuestros muertos y no nos cansamos de escribir y de decir palabras… de hecho, la palabra es lo que nos tiene aquí.

Y entonces podría decir que ese último verso de la Pizarnik trae consigo una importancia capital… recurrir a la palabra para poder sentarnos… y sonreír.

¿Acaso la ansiosa búsqueda del remanso que ofrece la escritura y la poesía no reflejan el título mismo de la obra que nos ocupa? El anhelo de sosiego justifica el Deseo de ser un buen hombre… un escribiente que ha trasladado las cicatrices en el alma hasta el papel.

Cuando la propia vida se transmuta en escritura es comprensible que al autor no le sea grato leerla en voz alta… no pensó en técnica ni formalismos, no existió urgencia por ser vanguardia, tan sólo asumió el reto de ser fiel a sí mismo y a sus sentimientos y pasajes existenciales; aquí no vamos a encontrar malabares lingüísticos, tenemos delante a un hombre, a un hijo, a un padre, puestos delante de los designios del destino.

Que nadie intente rastrear acá a la figura pública, que nadie se aferre a la estridencia juvenil y sus años salvajes… los retos del tiempo presente tienen una naturaleza distinta -ni mejor ni peor- que nos entrega al escribano “Después de vencer las horas del día sobre el horizonte” y concentrándose en extraer unas líneas de una pequeña tina de baño acerca de lo que considera debe de ser su verdadero móvil: “el deseo de ser un buen hombre”.

Se entiende así que el libro este dividido en dos partes; la primera dedicada a su madre y la siguiente a su pequeña hija; evocación del pasado y una visión del futuro desde un tiempo que queda suspendido a través de los textos.

Puedo decirlo por mí, por Daniel y por todos aquellos interesados en dar un viraje al proceso de exploración de la existencia; comparto plenamente el llamado del pensador francés Gilles Deleuze, cuando convoca: “No hay tiempo para la espera o para el temor, hay que buscar nuevas armas”.

Es así que resulta consecuente descubrir a Fragoso escribiendo:

“No reivindicaré ya mi fiera infancia

decreto ahora su lugar secreto,

no más elegías que canten la herida del pasado…”

Que otros sean carcomidos por la cobardía y la mediocridad, los que estamos aquí sostenemos una diaria batalla en la que la palabra derrota no es una opción; Daniel Fragoso hace mucho que ya es poeta, pero -mírenlo bien- y allí tienen a un alguien muy distinto, cuya “nueva arma” es un discurso diferente, que le permite afianzarse ante el cambio y a la vez sobrevivir.

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