El poder de la música

Circo Sónico

Hace apenas unos cuantos días emprendí un viaje rumbo a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para presentar Vanguardia, Jaleo y Duende -músicos españoles en el siglo XXI-, en el que me encargué de escribir sobre la andaluza María José Llergo y coordinar la participación de algunos invitados.

Antes de nuestra presentación, asistí al magnífico stand de la Universidad de Guadalajara -con todo y un árbol digital- a la presentación del libro Con sus charros cibernéticos -un paseo por la música electrónica en México-, una investigación de largo aliento hecha por Juan Antonio Vargas, a quién se conoce en el argot periodístico sólo como el Prof. Juan Antonio -¡Vaya librazo en todos sentidos!-.

Mientras tanto, entablaba conversación con La Bien Querida -quien tocaría al día siguiente en nuestro evento- y poco a poco fuimos conectando; Enrique Blanc -editor del libro- ya me había contado que se sumaría Christina Rosenvigne a la primera parte del evento y justo se sentó a mi lado en el pequeño escenario circular… aquella gran dama del indie rock español tuvo a bien felicitarme por mi labor y ese gesto me fue muy significativo.

Al día siguiente, almorcé con Marcelo Salazar, músico tapatío ahora con Garam Masala, banda en la que también milita su esposa Fabia; ambos dan muchísima importancia a la relación entre la voz y la música, algo que aplican en una electrónica muy etérea y preciocista.

Tras ese subidón de anécdotas y emociones, le dediqué unos días íntegros a mi pequeña hija que cumplía 8 años, luego tuve que regresar al trabajo con toda intensidad. Además de repasar lo sucedido en la FIL, una parte importante de esta entrega se centra en la extraña sensación de haber pasado más de una semana sin escribir sobre música.

Por supuesto que durante ese lapso hubo música a mi alrededor… en el hotel, en las fiestas, pero no para abordarla con un rigor analítico, que es algo que he hecho durante tantísimos años; y es que concentrar mis sentidos para intentar desmenuzar la música trae consigo una experiencia muy especial que es similar a la de entrar a una dimensión alterna en que esa forma de arte lo colma todo.

Siempre he pensado que la música salva -así sin más complejidad-, que ayuda a transitar por la existencia y le brinda un sentido adicional que la resignifica y la potencia -algo que quizá aplica a todo el arte en general y que tiene cierta similitud religiosa-. Para la música tengo una pasión y un respeto que no hacen sino crecer y crecer… y que no disminuyen con el paso del tiempo, como pudieran creer ciertas personas.

El periodismo se basa en la disciplina y la constancia… no hace falta esperar a la inspiración, pero aún así se dan ciertos bloqueos creativos, que aunque se sabe que habrán de superarse si o si, traen una estela de inquietud y la posibilidad de plantear: ¿Y si jamás volviera a escribir sobre música?

Todas las veces que he enfrentado virajes en el resto de mi desempeño profesional jamás he pensado siquiera en la idea de dejar de escribir sobre música y aprovecho este espacio para refrendarlo. Soy alguien enteramente convencido de el poder de la música y la considero una forma de energía motriz y vital que nos ayuda a tirar para adelante, aún en las peores circunstancias imaginables.

Aquel infortunio del vox populi que nos remite hasta aquello de la famosa isla desierta no lo sería tanto si tuviéramos unos discos, un reproductor y energía para hacerlo sonar… lo demás es lo de menos. Ya lo dijo Bob Marley: “Cuando la música te alcanza, no sientes dolor”, o bien podemos cerrar con una afirmación del pensador oriental Confucio: “La música produce un tipo de placer sin el que la naturaleza humana no puede vivir”.

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