El Grinch de año nuevo

El Grinch de año nuevo

No hay fecha más difícil acerca de la cual escribir que la doble jornada añoviejo-añonuevo.

Enrique Rivas Paniagua
Diciembre 29, 2024

Vozquetinta

No hay fecha más difícil acerca de la cual escribir que la doble jornada añoviejo-añonuevo. ¿Algo de veras diferente puede decirse de ella? Por más que me quiebro la cabeza no le hallo un enfoque distinto, un tratamiento novedoso, una reflexión fuera de lo común. Y cuando pienso de esta manera es porque ya caí, otra vez, en la resbaladilla de lo obvio, de lo sobado, de la muletilla. Nada, pues, que amerite destinarle más de dos líneas. Ni siquiera para salir del paso.

¡Qué diera por ponerme a divagar sobre los hábitos de esta temporada: la cena de fin de año, el brindis, los discursos, los abrazos, el montón de rituales simbólicos que cada familia acostumbra practicar! ¡Cómo no me nace filosofar en torno a la hueva del día inicial de cada año, a la empiyamada fodonguez de esas 24 horas primerizas, al sedentario vicio de pasárselas mandando mensajes por el cel, viendo pelis bobaliconas o pulsando como orates el control de los videojuegos! ¡Quién fuera otro Enrique, otro yo que sí dedicara su columna a simplemente reseñar estos festejos, sin cuestionarlos o volverlos motivo de debate, a fin de mantener la ilusión que provocan en la gente!

Me queda claro que el horno prendido del 31 de diciembre al 1 de enero no está para bollos de conciencia, sino para apetitosas comilonas y suculentos recalentados. Entiendo que nadie quiere que estas ocasiones sean para pensar y, a la vez (no vaya a ser que se le revuelva el estómago), recordar la bola de problemas, pendientes y preocupaciones que padeció los 363 días previos; o mejor dicho, 361, considerando que hace una semana celebró otra dupla mágica: nochebuena-navidad). Pero es cuestión de caracteres. Y ya no le sigo para que no me tachen de aguafiestas.

¿De qué hablo entonces, a propósito de la última hoja del viejo calendario y la primera de un nuevo almanaque? ¿De posturas optimistas, esperanzadoras, empáticas hacia la vida? ¿De propósitos, voluntades, decisiones de cambio? ¿De logísticas audaces, rutas alternas, metas replanteadas? Y además, ¿sin que todo este palabrerío atosigante suene a caballito de batalla, repetición de la repetidera, típica cantaleta finianual?

Bueno, y ahora, ¿cómo diablos pongo término a esta sarta de obviedades? ¿Con una frivolidad más? ¿Con el clásico retintín “¡Felices fiestas!” que todo columnista se saca de la manga cuando cierra su última colaboración del año? ¡Ay, nanita, valiente callejón sin salida en que me metí!

Lo único que se me ocurre es invitar al lector a cantar (y por qué no, también a bailar) el estribillo biseado de la Conga del viejo. Sí, aquella sabrosa conga de autor anónimo con que la jarochiza, al compás de objetos sonoros e instrumentos rústicos, celebra estos días en las calles del puerto de Veracruz: “Una limosna / para este pobre viejo / que ha dejado hijos / para el año nuevo”.