Doña Página en Blanco
Vozquetinta
Le tengo mucho respeto, doña, por eso nunca la tuteo. Dije respeto, no pavor. Jamás me he apanicado frente a la blancura de su piel, pero sí, lo reconozco, me impone su vacío. Dado que usted no tiene llenadero, ¿con qué la tapo si llueve?, ¿qué le platico el día de hoy?, ¿bajo qué pretexto la apapacho y termino por hacerle el amor de lengüita?
También, como lo ha comprobado usted desde mi infancia, la venero. No hay deidad terrestre más adorable para mí que un cuaderno o libreta virgen, llena de pálidas rayas azulitas como surcos, enmarcadas por otras dos de color rojizo, una arriba, acostada, otra a la izquierda, erguida, para sembrar mis semillas en su milpa con un lápiz o una pluma a guisa de bastón plantador. En ocasiones llego a esta labranza con el morral repleto de granos gordos, jugosos, frescos; y se los esparzo con asombrosa fertilidad, a sabiendas de cumplir bien sus expectativas y apaciguarle la calentura. Pero en ocasiones no. Nada, ningún tema me inspira a cortejarla y llenar a usted de palabrería sustantiva. Mi dilema entonces no es tanto el modo, sino el de qué hablar.
Así concibo el periodismo de opinión. Ya traté tal asunto. Ya ofrecí un ángulo diferente acerca de tal otro. Ya reflexioné en torno a un motivo extraordinario o cotidiano. Ya desfogué mi contrariedad o mi beneplácito ante algo. Y usted, cómplice de mis batallas comunicativas, no lo ignora. Sabe qué tan obsesivo y quisquilloso soy con mis textos. Tolera mis largas horas de tardanza en pergeñar apenas una o dos cuartillas. Resiste mis constantes cambios de redacción. Se hace la disimulada cuando dejo reposar por la noche un artículo, con tal de que al día siguiente pueda releerlo para, entonces sí, meditado y puesto en letras de molde, enviarlo a prensas. No me recrimina porque a fin de cuentas, gruñón o insatisfecho, rompo el papel o borro todo de la computadora, y a otra cosa, mariposa.
(¡Ah, la vieja hoja de papel, su olor, su textura, su tacto, su coquetería! Da igual si es doncella o desflorada. En no pocos de mis escritos más o menos aceptables he echado mano de hojas de reúso. Son folios heridos al frente por un torpe memorándum, una fotocopia ya innecesaria o un borrador de carta arrepentida, pero al reverso están libres de cualquier pecado mortal, como el pobrecito árbol talado del cual se produjo. Y algunos de tales manuscritos reusados todavía los conservo en carpetas, de perdida para servir mañana como añorante caligrafía de una época, una vocación, un estilo de vida.)
¿Quién, si no la página en blanco, soporta un trajín así? Otros escribidores le tienen tirria cuando se sientan a garrapatear sobre su brillantez inmaculada. ¡Allá ellos, y con su pan se la coman! Mi admiración hacia usted me protege de semejante extravío. Le seré fiel hasta la muerte, doña.