Buenas y malas vibras

Buenas y malas vibras

Vibrar equivalía a identificarse con las sensaciones emanadas de otros sujetos, objetos, parajes o fenómenos humanos. La energía que brotaba de ellos la recibíamos a manera de vibraciones, de ondas sonoras, visuales, olfativas, gustosas, táctiles.

Enrique Rivas Paniagua
Abril 20, 2025

Hace más de tres décadas se abrió un concurso público, impulsado, si mal no recuerdo, por la Cámara de la Industria Editorial, para crear el eslogan de una campaña de fomento al libro y la lectura entre la juventud. Le entré (por convicción, claro, aunque también, no lo niego, por ganarme unas monedas que medio salvaran mi crónica penuria económica de entonces). Pasó el tiempo y nada. No me enteré de aviso alguno ni inserción pagada en los periódicos, donde se dieran a conocer los resultados del concurso. Y mucho menos tuve noticia posterior de la susodicha campaña. Me imagino que ni uno ni otra se llevaron finalmente a cabo.

Saco ahora de mi archivo muerto de papeletas amarillentas la de aquella frustrada leyenda con la que participé. Lo hago porque en algo debo reflexionar ante la cercana fecha del 23 de abril, uno más de tantísimos días nacionales o mundiales celebrativos de cualquier asunto, en este caso los libros. Pero también porque en la frase de marras se me ocurrió usar un vocablo frecuente en el caló juvenil de antes, aquella época de loca creatividad en que a las palabras comunes solía dárseles significados distintos al que señalan los tumbaburros (lo que los gramáticos llaman resemantizar un concepto). Decía así, repartida en tres renglones: “¿Malas vibras? / Con libros / las libras”.

Vibrar equivalía a identificarse con las sensaciones emanadas de otros sujetos, objetos, parajes o fenómenos humanos. La energía que brotaba de ellos la recibíamos a manera de vibraciones, de ondas sonoras, visuales, olfativas, gustosas, táctiles. Enchinábamos la piel, entornábamos la mirada. Un proceso que combinaba lo físico y lo químico (por eso hoy decimos que hubo o se dio una buena química entre ambas partes). Y los libros sacudían, tocaban fibras sensibles en la mente y las manos de quienes los leíamos. En suma, nos hacían vibrar.

A final de cuentas, pues, mi buena vibra pro-librera valió un serenado cacahuate. Nadie vibró con ella porque no se puso en concurso, porque no circuló, porque nadie tuvo noticia de ella. Fue despedida sin haber tenido siquiera debut. ¡Y yo que hasta me creí situado en la misma corriente sicodélica de Brian Wilson y sus Beach Boys cantando y coreando a cuatro voces la rola Good vibrations (1966), aquella de “I’m pickin’ up good vibrations, / she’s giving me excitations” [traducción literal: ‘Estoy recogiendo buenas vibraciones, / ella me está dando excitaciones’; paráfrasis mía: ‘Recibo buenas vibras, / porque ella me excita]!

¡Ay, qué ingenuo me vi! Pregúntenme ahora si volví a participar después en cualquier certamen literario o de índole semejante. Por más urgido de buenas y apapachadoras vibras que estuviera.