Enrique Rivas columna Vozquetinta

Enrique Rivas

Avatares de lo libertario expresivo

En mis remotos tiempos sesenteros, al 7 de junio lo llamaban oficialmente Día de la Libertad de Prensa. Solía ser motivo de una comida gubernamental, ofrecida no tanto al gremio de periodistas en sí, sino a los altos directivos de sus respectivas cadenas impresas, radiofónicas o televisivas.

Enrique Rivas Paniagua
Junio 8, 2025

En mis remotos tiempos sesenteros, al 7 de junio lo llamaban oficialmente Día de la Libertad de Prensa. Solía ser motivo de una comida gubernamental, ofrecida no tanto al gremio de periodistas en sí, sino a los altos directivos de sus respectivas cadenas impresas, radiofónicas o televisivas. La ocasión, sin embargo, era harto tramposa para, más allá de los choros discursivos, reafirmar cotos de fuerza entre el Estado y lo que aún se conocía con un terminajo vigente desde tiempos porfiristas, hoy en total desuso: el Cuarto Poder.

Bajo el nombrecito “de Prensa” se escondía la intención de acotar la opinión pública a los medios de comunicación masiva. Sólo ahí, en periódicos o revistas, en estaciones de radio y en televisoras, dizque tenía cabida la supuesta independencia de criterio para informar e informarse. La calle era otro rollo. En ella estaban los granaderos o el ejército, los gases lacrimógenos, las bayonetas y los tanques antimotines, la luz de bengala y el guante blanco, listos para recordarle a los protestosos con qué muro toparían sus divergencias de opinión, cuantimás si la autoridad definía a éstas como un delito de “disolución social” (punto clave, recordemos, del pliego petitorio estudiantil de 1968).

Ahora se le denomina Día de la Libertad de Expresión. El nuevo término, ciertamente, amplía el contenido de lo conmemorado a toda manifestación expresiva, de cualquier índole y por cualquier medio, en el entendido de ser un derecho básico, imprescindible, inherente a la naturaleza humana, pero el debate acerca de sus alcances o límites es motivo de polémica. Los tirios piensan una cosa; los troyanos, otra. De ahí la acción o inacción como respuesta formal, la manga ancha o la prepotencia, la mirada impune hacia otro lado o la manipulación ideológica polarizante. Ni a cuál darle nuestro voto de confianza.

Pero volvamos a la prensa e incluyamos en ella también a quienes hoy en día se dedican a comunicar opiniones a través de las “benditas” redes sociales. Resulta que el ejercicio ético, responsable, comprometido de esta libertad, se realiza siempre con el Jesús en la boca. Son innumerables los casos de periodistas-noticia, de los Manuel Buendía que yacen tres metros bajo tierra, víctimas de la rampante inseguridad que se ha empoderado en nuestro pobre país. El periodismo, aquella noble profesión de antaño, dejó de ser así el prestigioso Cuarto Poder para meterse ahora entre las patas de este galopante Quinto Jinete del Apocalipsis.

Preocupa, y mucho, que ejercer la libertad de expresión desemboque en no aparecer este concepto ni siquiera como móvil en la carpeta de investigación —una más de las tantas que se abren sin cerrarse nunca— dedicada al atentado criminal que nos puso al borde de la tumba o de plano arrebató nuestra existencia. A este ritmo, habrá que ir pensando seriamente en modificar el remoquete del mentado 7 de junio para rebautizarlo como Día de la Libertad de Represión.