Al centro de un tornado
El Surtidor
Vivimos, sin darnos cuenta, entre al centro de un tornado donde todo se configura sobre elegir y renunciar; o bien, en renunciar para elegir. En este tiempo que nos toca, pensar en lo que analizan otras personas es también una manera de participar de ese pensamiento. Por ejemplo, si nos detenemos a reflexionar en lo que dice Gayatri Chakravorty Spivak, bien podríamos detenernos un poco antes de seguir con nuestra vida digital.
Sipavik afirmaba en una entrevista: “La globalización ha introducido al mundo en un proceso de “espectralización” de lo rural a tal punto que la moneda de cambio es la información. Y, además, una de las principales áreas de globalización es el capital financiero, que a primera vista no está ligado al capital industrial, hoy disgregado en multinacionales y transnacionales. El comercio mundial también adoptó la forma de operaciones financieras a través de los futuros de materias primas y demás, y cuando toda esta parafernalia de lo digital comience a colapsar como consecuencia del idealismo del capitalismo digital, entonces veremos que las realidades del capitalismo industrial no han desaparecido. Porque a medida que las sanciones de los organismos de crédito comiencen a sucederse una tras otra tras otra, como vimos después de la crisis financiera de 2007, lo que puede vislumbrarse en juego finalmente son los viejos principios del capitalismo industrial. La idea de la globalización, tal como la entienden los globalizadores capitalistas, no es suficiente para los que trabajan con la política de la auto-representación, colectiva o individual. Es allí que las ideas poscoloniales ya no parecen adecuadas, porque este proceso no puede explicarse en términos de liberación nacional y demás”.
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¿A caso nos damos cuenta de todo lo que ocurre cuando desperdigamos nuestra existencia en la vida digital? ¿Hace cuanto no nos detenemos a contemplar lo que existe más allá de la pantalla de nuestros dispositivos móviles? ¿En verdad sucederá algo muy grave si permanecemos desconectados de la presencia de las personas en las redes sociales? ¿Qué tanto podría pararse el mundo si al paso de unos minutos no hemos contestado las aplicaciones de mensajería? ¿En verdad estamos perdiendo nuestra vigencia al no ver los mensajes que nos inundan de notificaciones? ¿Alguien mayor de treinta años recuerda todavía cómo fue la vida antes de vivir la angustia cotidiana de que la pila y la señal del teléfono fenezcan? ¿Cuál fue el momento en que elegimos vivir en la estridencia del exterior y el silencio de nuestros pensamientos? ¿Qué pasará en unos años, cuando la inteligencia artificial nos rebase? ¿Podríamos dejar la elección de nuestro futuro a un programa? ¿De qué manera habremos de enfrentar el siguiente lustro de vida?
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En clave de todo esto, pienso sobre lo que Guillermo Fadanelli declaró en una entrevista, donde dijo que: “La cárcel de la subjetividad nos sugiere la posibilidad de que nuestros sentimientos más íntimos, nuestra locura y desasosiego pasen inadvertidos o sean ajenos a la sensibilidad de los otros. Y no obstante esa expresión muda, críptica e inabordable enciende la luz de una soledad que nos guía como individuos y seres solitarios hacia algún rumbo desconocido. El ser humano es esencialmente una enfermedad incurable y todo diagnóstico acerca de él es una aproximación”.
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