¿Volverá el nihilismo?
El camino y el caminante
Una de las grandes aportaciones del movimiento romántico fue su visión acerca del amor: una mirada que nos dice que el amor podría ser vivido por cualquier persona, no tenía que ser cortesano, ni rico o noble, tenía cabida en la casa más humilde, así como en el palacio más encumbrado, el amor era patrimonio de la humanidad. Por un camino se idolatra a la mujer idealizada pero distante de la mujer concreta; por otro, el del amor redentor, se decantan Dostoievski, Víctor Hugo y Goethe. Como colofón del amor romántico surgen unas notas extraídas del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven a las que acompaña el hermoso poema de Schiller “Oda a la alegría” con la cual se corona la concepción del amor romántico: serena elevación hacia lo alto en el que la hermandad reinará entre todos los hombres.
Pero pronto apareció la verruga que afea el rostro de tan hermoso cuadro: la enfermedad del siglo. Leopardi la describe como “desesperación completa e incesante”. En Alemania le llaman Weltschemerz que expresa ese mundo de cansancio y hastío; mal du siécle, que expresa en francés la “enfermedad del alma”. El lo profundo del rio que lleva el agua de este concepto se halla el concepto de nihilismo. El hombre europeo se desmorona. Leopardi describe esa vivencia: “me sentí aterrorizado en medio de la nada, y siendo yo mismo la nada. Me sentí sofocar, creyendo y sintiendo que todo es nada, una nada sólida”.
Y así llegamos al siglo XX, con la ilusión de dejar atrás a ese hombre “que se le ha secado el alma” que “está hastiado, en que todo apesta a fracaso”. Los valores de Europa se han extendido por casi todo el occidente y se encuentran en una grave crisis. Transcurre el siglo y recibimos otras grandes dosis para nutrir el desencanto y el pesimismo: las matanzas de Stalin, las dos guerras mundiales, las carnicerías entre grupos étnicos lo mismo en África que en los Balcanes, las eternas guerras en Medio Oriente, los abusos imperialistas frecuentes y sangrientos de los Estados Unidos de Norteamérica, entre otras grandes tragedias. ¿cómo mantener despierto el sueño de la fraternidad universal? ¿seremos capaces de hacerlo? ¿será posible que este hombre enfermo encuentre la potencia de la vida y el sentido de una existencia auténtica que valga la pena vivir? El sentido ha de levantarse de las cenizas del contrasentido y del absurdo. La nueva tarea: hallar, así como se encontró un médico que cura el cuerpo, un médico que sane el alma que se ha diluido en la contradicción. Sin más: la nueva meta es que aparezca “el niño” que miró Nietzsche en su Zaratustra y que nos lleve creadoramente por el camino de la esperanza hacia el nuevo hombre. Un hombre lleno de su poder y genuino en su ser auténtico.
La pandemia y sus trágicas consecuencia nos llevarán a elegir entre varios caminos: ¿dejaremos que nos invada la desesperanza, el hastío, el sinsentido, la futilidad, la nada existencial? ¿O daremos un paso firme en la toma de consciencia personal, social y política para atender los graves problemas del presente y trabajar más fuerte aún para construir el mundo que queremos y soñamos?
Al final, elige el mundo que quieres, pues todo lo personal es político.