Virginia León, al rescate de la tradición del pan con aguamiel

Su relación con el maguey es de toda la vida.

Virginia León, al rescate de la tradición del pan con aguamiel

Es tlachiquera, una mujer que cultiva, cuida y raspa magueyes para extraer de ellos el aguamiel

Dulce Castillo
Agosto 2, 2025

Con las primeras luces del amanecer y el aroma del campo aún fresco, Virginia León Canales comienza una jornada más entre magueyes.

Tiene 61 años, es originaria del municipio de Epazoyucan, y su oficio es tan singular como profundo en tradición: es tlachiquera, una mujer que cultiva, cuida y raspa magueyes para extraer de ellos el aguamiel, el dulce néctar que por siglos ha sido alimento, bebida y medicina para las comunidades del altiplano hidalguense.

Aunque comenzó en este oficio hace quince años, su relación con el maguey es de toda la vida. “Mis papás fueron tlachiqueros. Cuando ya no hubo magueyes en el terreno familiar, yo decidí reforestar. Empecé con poquitos, y ahora tengo mis plantas, que yo misma sembré y cuido”, cuenta con orgullo. Su trabajo no solo revive una tradición familiar, sino que también da frutos muy particulares, entre ellos, un producto que ha conquistado paladares: el pan de aguamiel.

Este pan artesanal es una creación propia que mezcla técnicas tradicionales con ingredientes del campo. “Lleva harina, huevo, un poco de manteca y en lugar de agua o leche, uso aguamiel, el que raspo por las mañanas. Ese es el toque especial”, explica. El resultado es un pan suave y ligeramente dulce, que Virginia rellena con chocolate, piña o manzana. Los vende a solo diez pesos cada uno, accesibles y sabrosos, hechos a mano.

El proceso inicia muy temprano. “Me levanto entre seis y seis y media, y voy a raspar. Si el maguey está joven, me da hasta cinco litros diarios, pero cuando ya es viejo, apenas uno”, señala.

Es un pan artesanal que mezcla técnicas tradicionales con ingredientes del campo

El aguamiel debe recolectarse en la mañana para evitar que se lo lleven las abejas, y lo guarda en el refrigerador. Por la tarde, ya en la cocina, amasa, hornea y rellena, completando un ciclo que une la tierra con el alimento.

Pero Virginia no solo elabora pan. También cocina una variedad de antojitos y platillos típicos como pastes de gualumbos, tlacoyos, quesadillas, mole, tamales con pulque y atole de aguamiel. Todo lo hace en casa, sin máquinas ni aditivos, con recetas heredadas y adaptadas. Su único punto de venta es el tianguis agropecuario que se instala el último viernes de cada mes frente a la presidencia de Epazoyucan.

“No tengo un local, ahí es donde vendo. Pero sí se vende bien, porque casi nadie hace estas cosas ya”, comenta.

La historia de Virginia es más que un emprendimiento culinario. Es un acto de resistencia cultural frente a la urbanización. En su comunidad, cada vez son menos los tlachiqueros, y con ellos se pierde el conocimiento sobre el maguey, planta sagrada para pueblos originarios del centro de México.

“Antes había muchos magueyes, ahora los van quitando. Yo pienso que debería haber más tierra sembrada y menos cemento”, dice.

En esta tarea de conservación, Virginia no está sola. Su hija la acompaña en todo el proceso, desde el raspado hasta la venta. “Lo hacemos entre las dos. Me gusta enseñarle, para que no se pierda esto”, cuenta. Para ella, el trabajo del campo representa una forma de vida conectada con el entorno, con ritmos más humanos y con la sabiduría de generaciones. “Me gusta más el campo que la ciudad. Aquí uno ve crecer las cosas, escucha a los pájaros. Antes, en las noches, todo era oscuro y se veían muchas estrellas. Ahora con tanta lámpara ya no se ven”, reflexiona con nostalgia.

El caso de Virginia León es una muestra del papel crucial que desempeñan las mujeres rurales en la preservación de la cultura alimentaria tradicional. Con esfuerzo y creatividad, transforma el aguamiel en alimento, el maguey en símbolo, y su cocina en una trinchera de identidad. En cada panecito, en cada raspado de maguey, en cada feria donde se instala su pequeño puesto, está el eco de una historia más grande: la del campo que resiste, se reinventa y sigue dando vida.