Columna Dogma

Mauricio Sosa

Un viaje interminable

ADOGMA

Mauricio Sosa Ocaña
Junio 27, 2025

Durante el crecimiento y desarrollo de una persona son innumerables las aventuras, los retos y las experiencias vividas. Desde la primera infancia hay recuerdos en cada persona. Recordamos a quienes nos acompañaron en esos instantes, si fueron papá o mamá, las experiencias adquieren matices particulares. Si fueron otras personas sin duda nos dejaron huellas.

En la pubertad y la adolescencia nuestras adquisiciones son distintas. Hemos descubierto nuestros cuerpos, comenzamos a experimentar los fuegos artificiales de las hormonas del crecimiento que nos expanden hacia la adultez corporal y psíquica. Aunque ese viaje todavía resulte largo, incierto, misterioso y, para algunas personas en ocasiones, tortuoso.

En La Historia Interminable (Michel Ende, 1979), el personaje principal, Bastian, recorre sinuosos episodios hasta reconocerse una persona llena de fantasías y deseos de vivir. Es un niño en edad escolar que, tras la perdida de su madre, la tristeza, el miedo y sentimientos de soledad y abandono lo llevan a adentrarse a una historia fantástica a través de la lectura. Historia que, considero, el autor asemeja con la experiencia de vivir la vida.

En un episodio el protagonista se encuentra en un desierto de colores cuyo rey es un león. Aprecio este capítulo como una metáfora de la paternidad que nos acompaña, imponente, en todo momento. En cuántas ocasiones, mientras crecemos y nos vamos haciendo mayores, hemos sentido la cuesta de transitar por dunas de arenas hirviendo por el sol radiante, y tal vez en esos momentos rememoramos el ejemplo de la figura paterna que acompañó nuestras infancias.

Considero a la pubertad y la adolescencia como etapas en donde nuestras fantasías y deseos pueden encontrar las puertas para su materialización, en la vida adulta. En ese recorrido la compañía de una voz firme, una mirada constante y amorosa, un abrazo reconfortante, siempre nos dotará de energías para seguir nuestros deseos y vivir experiencias, hasta descubrirnos auténticamente.

Si bien el miedo es connatural a las personas, sentir vergüenza por experimentarlo es un aprendizaje cultural. Para las personas nacidas con cuerpos de hombres, el estereotipo de masculinidad nos mandata a ser como Juan sin miedo. Enfrentarnos a cualquier reto sin cavilar en sus consecuencias, ni posibles daños.

La novela de Ende nos presenta a un chico que enfrenta sus miedos en la infancia a través de escenas fantásticas. No es fortuita la situación del protagonista, que bien podría llamarse Alex, Bruno, Dante o Isaac. Tampoco es casualidad la presencia de las figuras paterna y materna a lo largo del relato, de las que podríamos desmenuzar ejemplos facultativos para una vida decidida y plena, lejos de estereotipos sexistas o de género.

En palabras del león Graógaman de Ende, un padre aporta a su hijo, entre otras, la enseñanza de que el pasado surge con cada historia y no “basta con querer marcharse de un lugar”, sino desear ir a otro, más allá del héroe y del patriarca. Éstas, son otras historias.