Tres cuartos de siglo
Vozquetinta
Una sola vez los cumples en la vida, dijo el tal Perogrullo. Tomas entonces una postura tipo El Pensador, de Rodin. Dejas colgados por un día en el perchero los achaques propios de la vetustez. Sacas del clóset al filósofo que ilusionaste ser al arribar a este momento o al que traes de polizón en la maleta del viaje que iniciaste en tus ayeres sesenteros. Y enchinas la epidermis cuando sopesas la losa de tanto tiempo trascurrido.
Agradeces la efeméride, faltaba más. Te justificas preguntándote quién no celebra una fecha así. Cuantimás tú, tan vocado hacia la Historia, hacia la matrona de lo pretérito, hacia quien ha sido tu gran asesora vocacional, tu maestra, incluso tu cuatacha del alma. Es parte de tu reflexión de ahora reconocerte en ella, convencerla de que le fuiste fiel, apapacharla con los arrumacos que le fascinan: la voz, la letra, la palabra. Y de paso te convences de que estas tres son también tus musas existenciales.
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Recuerdas cuando asegurabas de chamaco que no habías podido nacer bajo mejor signo zodiacal que el de Sagitario, porque su icono te retrata: el flechador hacia lo alto, pero con los pies en la tierra. Rememoras también tu eterna obsesión vital por no perder jamás el piso, por huir del aplauso lisonjero, seguro trampolín hacia la vanagloria. Y revives, preso de retortijones en el estómago, a los tentadores cantos de sirena que en más de una ocasión les dio por hacerte naufragar.
Sin continuidad, sin humilde —y a la vez maniática — persistencia, hoy tendrías que aplicarte dos mexicanísimas locuciones: aquella de no haber salido nunca de perico perro y aquella otra de haber estudiado para papa y terminar hecho un camote. Hiciste lo tuyo: necear, estar muele y muele, no quitar el dedo del renglón. Si el mundo se caía por eso, allá el mundo y su mundanal ruido. Tú, igual que ahora, nunca renunciaste a seguir andando. ¡Cómo te dejó marcado esa copla del son planeco La renca, donde la aludida respondía a cierta insinuación amorosa con un argumento irrebatible: “No puedo, me duele un pie, / pero si es para otra cosa, / aunque sea cojeando iré”!
Así pasa cuando sucede. Así es de inquietante esto de cavilar en las edades. Así se las gasta cualquier vetarro idéntico a ti que practica la introspección como gimnasia o como ejercicio integral para la supervivencia. ¿Quién te manda haber arribado a tus 75 diciembres y tener la desfachatez de aplicarles el bisturí en una columna periodística?