Se nos va AMLO. ¡Hasta siempre, presidente!
ALAMEDA
Por: Dino Madrid
No somos Dinamarca, pero tampoco somos Venezuela. En este debate simplista y polarizante, se tiende a encasillar a México entre dos modelos extremos, sin entender que estamos construyendo un camino propio. En lo que verdaderamente estamos inmersos es en una transformación histórica encabezada por el presidente más relevante y trascendental en la historia contemporánea de México. Andrés Manuel López Obrador no llegó al poder para preservar los intereses de las élites económicas ni para seguir la agenda del capital, sino para devolverle la política al pueblo y gobernar en beneficio de los sectores históricamente marginados. En un país marcado por la desigualdad y la desconfianza, AMLO rompió el molde de lo que se creía posible.
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Es innegable que, como en cualquier proceso de cambio profundo, hubo avances importantes y áreas donde aún queda mucho por hacer. Sin embargo, considero crucial destacar cuatro logros que no sólo marcaron este sexenio, sino que redefinirá el curso de la política en los años por venir.
- Cerrar la brecha entre el gobierno y el pueblo
México enfrentaba una crisis de representación política, una desconexión histórica entre los intereses populares y el aparato estatal. Con López Obrador, esa brecha comenzó a cerrarse de manera significativa. Por primera vez en décadas, los sectores olvidados, aquellos que no figuraban en las grandes decisiones, encontraron un interlocutor en la Presidencia. AMLO devolvió al pueblo su lugar en el diálogo democrático, recordándonos que una democracia sin representación genuina es una simulación, una mentira elaborada por las élites para perpetuar su control. - Ampliar los márgenes de lo posible
AMLO no sólo gobernó dentro de los límites de lo establecido, sino que expandió esos límites. En el debate público, puso en la mesa cuestiones que antes se consideraban impensables, como la universalización de los programas sociales, la atención directa a los más vulnerables y la redistribución del poder. La política social que ahora se discute y ejecuta tiene una profundidad y alcance que antes eran imposibles de imaginar. El horizonte político de México es hoy mucho más amplio que en 2018, y eso es gracias a un liderazgo que no tuvo miedo de desafiar lo que algunos llamaban «realismo político». - Voltear hacia el sureste
La historia de México es una historia de desigualdad territorial. Mientras el norte y el centro del país acaparaban las inversiones y la atención, el sureste quedaba relegado al olvido. López Obrador rompió con esa dinámica. Por primera vez, vimos un gobierno que miró hacia el sureste con un compromiso real. No hay precedentes de un presidente que haya visitado y trabajado tanto por estados como Veracruz, Tabasco, Guerrero, Yucatán y Campeche. En contraste con administraciones anteriores que ignoraban regiones enteras, AMLO entendió que el desarrollo nacional no puede ser parcial, sino integral, y que el sur también existe. - Una nueva forma de gobernar
Si algo ha dejado AMLO como legado, es una nueva forma de entender el poder. La consigna “Por el bien de todos, primero los pobres” se convirtió en la brújula moral del gobierno, trascendiendo el discurso y consolidándose como política pública. Esta máxima se inscribe en la historia junto a frases como “Sufragio efectivo, no reelección”. También nos dejó otra lección fundamental: «No puede haber gobierno rico con pueblo pobre». La austeridad republicana, más que un eslogan, se ha convertido en un principio organizador de la gestión pública, una postura ética frente al ejercicio del poder. Y quizá lo más relevante: el «gobierno de territorio, no de escritorio». La política dejó de ser una serie de decisiones tomadas desde oficinas cómodas para convertirse en una tarea de campo, de contacto directo con las realidades y necesidades del pueblo.
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Estos cuatro puntos no son meros logros de un sexenio; son transformaciones profundas que redefinirán el curso de la política mexicana más allá de 2024. Andrés Manuel López Obrador nos enseñó que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para hacer justicia. Este sexenio marca el inicio de una nueva era, una en la que el pueblo no volverá a ser un actor pasivo, sino el protagonista indiscutible de su propio destino.
MHO
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