Sabores pueblerinos por decreto 

Vozquetinta

Basarse en un solo guiso o antojito como parámetro exclusivo para decretar Pueblo con Sabor a un municipio equivale a tomar el rábano por las hojas. Distinguir así a una demarcación, por más propio que sea el solitario platillo que la identifica (eso si de veras cumple el requisito de no compartir su cuna con otros lugares próximos o remotos, a guisa de franquicia o, valga el término, de Marca Gastronómica Registrada), peca de haber aplicado de origen un criterio único, para no llamarlo reduccionista. Una golondrina no hace verano; una pitanza no hace banquete. 

Otro enfoque inevitable, aun admitiendo que es subjetivo y de riesgosa operatividad, también debió ser el de la tradición. Aplaudo las innovaciones cuando amplían y enriquecen lo ancestral. Me rehúso, sin embargo, a considerarlas sin rasero en tal tipo de concursos (a fin de cuentas eso son: concursos, y bastante politiqueros). Creo que a toda la comunidad hidalguense nos puso los ojos de plato enterarnos de que la reciente invención de un bolillo en cuyo interior va un chile jalapeño relleno de carne molida sazonada con fruta y especias, haya sido suficiente pretexto para tener que referirnos desde ahora al municipio de Mineral de la Reforma como Pueblo con Sabor. No, el jurado no tomó en cuenta el menú de barbacoa, consomé, quesadillas, tlacoyos, sopes y demás sabrosuras proverbiales, bien ganadas desde lejanos ayeres por la cabecera municipal, Pachuquilla, sino una hechiza y desconocida chile-torta. ¡A saber si trascenderá en el gusto de los futuros comensales! 

Sigue leyendo: Platillos de Pueblos con Sabor podrían ofrecerse en restaurantes

Me pregunto si nada más vale reconocer el alimento de excepción, el de cada corpus y san Juan, el recordado solamente por una o dos cocineras, el restringido a restaurantes de postín. Como turista común y corriente, yo esperaría hallar casi en cualquier fecha, momento o espacio lo sabroso de un Pueblo con Sabor. ¿Y la comida familiar diaria? ¿Y el entremés, la sopa, el guisado, el postre habituales en un pueblo, cuando se diferencian en condimentos y sazones a los de otros rumbos? ¿Y el tentempié, o la golosina no industrializada, o el surtido de humildes pero originales tacos, gorditas, pambazos, etc., que se ofrecen en ciertas plazas? ¿Eso ha de limitarse a lo anecdótico o a una académica antropología de la cultura alimentaria, ajena por completo al avalúo gubernamental? 

También lee: Derechos (y chuecos) culturales 

No fue corto el número de pueblos favorecidos el pasado 13 de julio: veintiuno. Con los siete previamente designados, el gran total de veintiocho corresponde nada menos que a la tercera parte de nuestros ochenta y cuatro municipios. Y en cualquier chico rato podrían sumarse, para no discriminar a nadie, los cincuenta y seis restantes. Así, lo que se pretende oficializar como incentivo, corre el albur de volverse un mero premio de consolación. Bueno, al cabo lo que busca todo funcionario es lo presuntuoso (siempre que esto le reditúe también en lo político y, de refilón, cuando se presenta la oportunidad, en lo económico). 

¿Diversidad, tradición, cotidianidad en la oferta culinaria? ¿Con qué se comen tales chunchas? ¿A qué saben esos valores hoy demeritados? No falta gente malpensada dispuesta a creer que a los susodichos nombramientos les convenía más el título de Pueblos con $abor. 

Mostrar más

Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos
Mira también
Cerrar