Recuerdo presente
El Surtidor
“Me di cuenta de que/ la carne en movimiento es un milagro,/ que bajo mi sombra se revela mi esqueleto/ y que absolutamente todo/pende del hilo del azar” escribe Nach en su libro “Hambriento” y son sus versos los que me llevan a Aristóteles, quien consideraba al azar cuando un determinado resultado ocurre en discordancia con las causas que debieran producirlo. Específicamente, cuando el resultado obtenido es distinto del fin esperado. Esta es una diferencia radical con la escuela atomista, la cual no reconoce la existencia de una causa primera ni una causa final.
Se ha dicho que el azar es un constructo humano que si bien no existe en el universo de forma natural debido a la naturaleza compleja de este, como concepto humano nos ayuda a comprender y estudiar lo que sucede reduciendo la complejidad que surge de forma natural. Y esto se debe, principalmente a que nuestra especie siempre está buscando explicaciones a lo que le ocurre.
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Esto mismo pasa en la célebre ficción del narrador argentino Jorge Luis Borges, “La muerte y la brújula” la historia gira en torno a una serie de asesinatos cometidos en una ciudad que, pese a nombres alemanes o escandinavos, remite a Buenos Aires. “A lo largo de toda la obra, dos aspectos desempeñan un papel muy importante. El primero es el simbolismo de los números. El segundo aspecto relevante se refiere a la religión y el misticismo judío, el cual es el intertexto fundamental del cuento. Así, la primera persona asesinada es Marcelo Yarmolinsky, un judío ruso; sobre la carta anónima está escrito el nombre de Baruj Spinoza, un filósofo racionalista de origen judío; además, a lo largo de la obra se mencionan el Talmud y la Cábala, obras que pertenecen al mismo mundo religioso” (Wikipedia, 2024).
De acuerdo con un artículo de La Vanguardia, los cabalistas creen que la muerte muere cada vez que los humanos comparten sus velas y crean más luz. La idea es que si se logra trascender los impulsos egoístas del cuerpo y compartir la vida con otros, se puede vivir de nuevo y no morir con el cuerpo.
“Entre la gestas y peligros que Ulises afronta y que le ponen entre la vida y la muerte se cuenta haber llegado y regresado al Hades, al mundo de los muertos. Homero relata en la Odisea que Ulises para entrar en contacto con los muertos atraviesa primero el país de las sombras en el extremo final del mundo que traspasa para llegar al Hades. Allí cumple todos los ritos que le había indicado Circe, una diosa favorable a sus deseos: espolvorea harina y derrama sangre de víctimas sacrificadas al efecto, tras lo cual invoca a los muertos cuyas almas acuden.
Las almas de los difuntos son evanescentes espectros que no responden a nombre alguno y deambulan en un sueño sin sustancia. Para poder hablar con ellas Circe había indicado a Ulises que les diera de beber de la sangre de los sacrificios. Cuando los espectros prueban la sangre el color y el calor vuelven fugazmente a sus miembros, recuperan sus recuerdos y se reconocen a sí mismos y a los demás: “como si la sangre que simboliza aquí el principio de la vida, fuese también el principio del recuerdo y del reconocimiento”. Y con el recuerdo se retorna a lo que se fue porque la forma de la vida es la memoria, de modo que perder o recuperar una arrastra e implica a la otra. Ergo: más allá del azar y el fin en la muerte, somos la presencia viva de nuestros muertos en el recuerdo presente de lo que en vida fueron.
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