Querida y adoptada Pachuca:

Vozquetinta

¿Qué pachuca por toluca, mi bella airosa? Me encanta charlar de vez en cuando contigo, aunque el asunto a seguir pueda moverte el tapete. Tomaré de pretexto inicial los populares juegos de palabras basados en tu nombre. ¿Te acuerdas del ahora poco usado Parchuca, el casi obsoleto Ranchuca, el todavía vigente Bachuca? Hace cuatro décadas, en el libro de texto monográfico de la SEP sobre el estado de Hidalgo, inventé uno dizque académico o serio para definir la entonces previsible, hoy irremediable, expansión de tu mancha urbana hacia Tizayuca: Pachtiza. Y aquí te va otro más coloquial, recién sacado del horno de mis diabluras lingüísticas: Chilanchuca.

Tu Pachuca chilanga (o si prefieres: chilanchuqueña). Tu Pachuca del sur; la de las decenas de fraccionamientos al vapor que también pululan por los cuatro vientos en el municipio de Mineral de la Reforma. Tu Pachuca hormiguero, colmenar; la de huevitos “residenciales” en serie; la de calles cacarizas, inundables, con dos o tres topes cada cuadra. Tu Pachuca dormitorio o finsemanera. Tu Pachuca suriana que jamás voltea hacia tu emblemático norte montañoso; la que puede pasar un año entero sin que visite tu plaza Independencia, ni aunque diplomáticamente la mandes a ver la hora a tu reloj monumental. Tu Pachuca sin arraigo, sin pachuqueñidad, sin desimantarse del hierro capitalino de donde procede o al que se desplaza con diaria y neurótica frecuencia.

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Te confieso que mi (de)formación profesional como sociólogo me hace creer que cualquier migración voluntaria supondría siempre un esfuerzo constante, franco, razonado, de asimilación —o al menos de adaptación— a la realidad elegida. Quien migra por deseo es porque en el fondo quiere romper esquemas, prejuicios, tabúes; y hacerlo por convicción, no sólo por salud mental. En tu caso, tal proceso se le facilitaría porque a lo largo de tu historia has sido una ciudad abierta y tolerante a ser poblada por otras nacionalidades, creencias religiosas y formas de pensar. Sin embargo, hoy no ocurre así en tu Chilanchuca. A sus moradores parece darles lo mismo vivir ahí que en el municipio de Ecatepec o en el de Tecámac. Al fin y al cabo, consideran, tú eres una más de las extensiones, suburbios o colonias de su metrópoli, no un ente provinciano con otro sentido de la existencia.

El nuevo aeropuerto en Santa Lucía acrecentará, sin duda, este fenómeno síquico y social. ¡Mira que incluso, a manera de sino, le impusieron el nombre de un hidalguense: el del general Felipe Ángeles Ramírez! ¿Estás preparada, Pachuquita mía? Ojalá, porque yo no tanto. Y conste que hace poco cumplí 22 años de haberme convertido al pachuqueñismo, Soy ya tuzo de tiempo completo, airoso de tanto identificarme con tu papel como capirucha estatal.

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No vine a formar parte de tu vecindario en busca de pachocha (recuerda que así, por deformación fonética, llamaron los turcos de Jerusalén a las barras de plata que en la época colonial ostentaban el topónimo Pachuca). Sigo siendo aquel soñador clasemediero jodido de lana que me viste llegar con mi rendida vocación hacia todo lo hidalguense. Pero por favor, cuídate. Y que, en lo futuro, mi también amada Ciudad de México te traiga algunos de sus mejores seres humanos, no aquellos centralistas reacios a interiorizarte.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos
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