¿Por qué es tan atractivo el discurso transfóbico en los feminismos?
En contra del mar
Esta columna surge por la preocupación del avance de este discurso anti derechos en los movimientos sociales. No busco justificar lo injustificable, pero si tratar de entender porque cada vez más personas replican estos pensamientos conservadores que obstaculizan derechos fundamentales y perpetúan los sistemas de dominación.
Las teorías transexcluyentes han llegado a tal nivel de conspiracionismo que incluso ya hablan de que existió otra historia humana donde las mujeres cis dominaban el mundo, lo cual según ellas era increíble, pero los hombres cis aniquilaron a todas para poder ejercer su yugo.
Este movimiento promueve postulados, con tintes dogmáticos y sus fundadoras, se convierten en verdaderas heroínas y mártires por la supuesta violencia que se ejerce hacia ellas por decirles que su opinión es discurso de odio y no libertad de expresión. De ellas no tengo mucho que decir: son personas narcisistas, a las que les gusta dominar y lucrar con esta causa oprimiendo a las más jóvenes, desde una presunta horizontalidad que no existe y un “desinterés” en compartir sus conocimientos con las demás.
Al igual que varios grupos religiosos, su acercamiento a las morras es a través de la vulnerabilidad en la que se encuentran. Descubrir a través del feminismo el sistema heteropatriarcal es una experiencia dura, de repente podemos nombrar las violencias de las que hemos sido objeto por hombres a quienes queremos o quisimos. Reconocer que en cada espacio que pisamos hay violencia patriarcal es abrumador, da miedo, entender que la corrupción y la impunidad mantendrán sin justicia a quienes nos violentaron produce un sentimiento desolador. De ahí una primera necesidad de encontrarnos entre nosotras, de crear espacios para hablar y sentirnos arropadas por otras que nos entienden y de ver en cualquier hombre un potencial enemigo.
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Dar el paso para conocer el imbricado y complicado sistema de opresiones y privilegios, es a veces tirarse al vacío. No todas nos atrevemos a llegar ahí, pues el discurso victimista es atractivo para todas, todes y todos. Nos puede dar pena aceptarlo, pero seguro lo hemos ejercido. Desde este lugar, no hay responsabilidades y todo está plenamente justificado. Es muy cómodo tener un enemigo y ser víctima perpetua. Sí, porque reconocer que a nosotras nos atraviesan identidades privilegiadas, nos hace parte también de la violencia que nos queremos negar a creer que cometemos.
Las transexcluyentes se han abierto espacio en los movimientos de derecha porque comparten el mismo piso: el odio y el deseo de perpetuar el privilegio a costa de toda persona que no encaje en sus dogmas. Las personas que están al frente en su mayoría son mujeres blancas, en espacios de poder, con cierto nivel de estudios y que también han sufrido de otras violencias de las cuales se cuelgan para no reconocer el clasismo, racismo, capacitismo, colonialismo que les es cómodo para seguir ganando una cuota de poder patriarcal.
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Ellas han creado una comunidad construida desde el miedo, el coraje, la rabia, la impotencia de no saber cómo sobrevivir a la violencia. Ahí hay espacio para el odio más puro y el temor de que este sujeto hegemónico del patriarcado se transforme en una mujer. Por ello, en lugar de aceptar que nosotras, nosotres también reproducimos la violencia porque fuimos criades en este sistema heterocispatriarcal, se ha visto en la vulnerabilidad de las personas trans y nuestra incapacidad de reconocer que el sistema sexo género es una construcción social, la oportunidad de violentar a alguien más.
El gran problema es que este discurso ya encontró eco en otros espacios de poder e incluso aquel “enemigo” contra el que luchaban ahora es su aliado, uno que si podría hacer muchísimo daño.
El odio y la violencia jamás tiraran los sistemas de opresión.