Política y derecho: el debate

Desde lo Regional

Los ánimos están crispados. El discurso presidencial produjo un desencuentro que se mantiene en la arena pública. En el centro de la discusión están el Poder Judicial y el gremio de la abogacía con quien empezó el episodio cuando se calificó de traición a la Patria el ejercicio profesional en defensa de empresas extranjeras. El tono subió con los señalamientos a los jueces federales, en principio, y luego a la judicatura en general a la que se llamó intocable. Siguió una discreta respuesta del ministro presidente de la Corte que mereció opiniones diversas, unas a favor de la ecuanimidad mostrada en el mensaje, otras que deseaban un lenguaje rijoso. Sirve fijar ese momento como punto de partida para el debate.

Hagamos lectura ecuánime antes de asumir posiciones. Identificaremos dos diferentes tratamientos sobre un mismo tema, por su propia naturaleza corren paralelos y no necesariamente deben coincidir. Son ópticas con mirador y objetivo diversos. De ahí que tengan cada uno, explicación y afinidades diferenciadas.  No imaginemos un acuerdo, mejor es alimentar la discusión con argumentos que la eleven.

Desde la orilla de lo jurídico se han  escuchado las voces más autorizadas, como era de esperarse en desacuerdo con los señalamientos presidenciales. Sin embargo subyace en la mayoría una didáctica que identifica esa distancia entre las partes, fundamental para entender su divergencia: para el mensaje eminentemente político abundo una respuesta jurídica. Ahí la condición que caracteriza el hecho: los emisores no razonan, no actúan ni se rigen por los mismos códigos, los legales tienen reglas precisas, los de la política no. La ley no tiene temporalidad mientras que la política es dinámica. La lógica y el método en los tribunales nada tienen en común con la vida partidaria. Mientras una resolución judicial requiere técnica, la retórica política fluye con mínimas acotaciones. Sus respectivos impactos tampoco son del mismo calado.

Conflictos como el que nos ocupa se han sucedido a lo largo de la historia universal y por supuesto en la mexicana. No es tensión novedosa ni será permanente. Eso no quiere decir que debamos minimizarlo, menos ignorarlo, está presente y tendrá sucesivos capítulos. Lo importante es que deje beneficios. De entrada  propició un interesante debate y eso ya abona. Deseable es que trascienda el espacio mediático y encuentre foro en la academia, la colegiación y los propios tribunales. De otra suerte quedará en  mera confrontación, alimentará esa polarización de la que tanto se habla y será estéril.

Pretender que la impartición de justicia se desarrolle como los procesos políticos es tan indeseable como suponer que los liderazgos y el activismo sociales estén sujetos  a moldes jurisdiccionales. La judicatura es prudencia, la política pasión. Sus audiencias son distintas, las masas esperan mensajes de esperanza, de identificación con anhelos y carencias, de reconocimiento a sus reclamos; el justiciable demanda justicia ante hechos concretos, espera resoluciones exactas y contundentes del juzgador. Juezas y jueces están obligados a la precisión cuando dicen el derecho, en la plaza las y los políticos pueden llegar hasta la demagogia.

La abogacía también debe alimentar este debate. Conviene continuarlo con argumentación inteligente, en clave gremial y perspectiva democrática. Fortalecerlo en defensa de la defensa ante la estigmatización y sus riesgos; también  reivindicando la trascendencia  profesional en el Estado de derecho. La colegiación es fundamental en este ejercicio, para darle cohesión y publicidad, generar respeto y convencer adherentes.

Poco redituará dejar atrapada la profesión en carácter de víctima, menos al sistema judicial en su conjunto. Al malestar debe seguir la imaginación para remontarlo. Un entorno complejo no es suficiente para entrar en crisis. Me quedo con la propuesta del profesor vasco Daniel Innerarity: “Hagamos intervenir en el proceso democrático más valores, actores e instancias, pensemos un equilibrio más sofisticado entre todo ello y habremos puesto las bases para la supervivencia de la democracia en el siglo XXI.  Solo una democracia compleja es una democracia completa.” (Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Galaxia Gutenberg, 2020.

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