Persona o programa: qué primero

Desde lo regional

En la etapa decisiva del proceso de sucesión presidencial de 1976, conforme a las reglas del tradicional presidencialismo mexicano, el entonces dirigente del partido hegemónico -tan hegemónico fue el único en presentar candidato, declaró importante diseñar el eventual programa de gobierno y después seleccionar al ganador de la candidatura.

El gran elector -el presidente Luis Echeverría-, pensaba diferente al ideólogo Jesús Reyes Heroles. Apenas unas horas después puso en marcha el ritual del «destape».

Impuesto el pragmatismo a la inteligencia, lo siguiente fue poner a funcionar la maquinaria partidista especializada en la construcción de las propuestas, espacio privilegiado donde convivían la experiencia política y administrativa con la sapiencia académica y el ejercicio programático.

El episodio reiteró la libertad del elegido para articular la propuesta política a partir de sus propias percepciones, visión y hasta particulares gustos. Si acaso, se sumaban las propuestas de amistades o personas cercanas.

Así la costumbre, después se realizaban foros y mesas más para dar cauce a la nueva voluntad nacional encarnada en el candidato y así justificarla con las opiniones más calificadas.

Si intentamos una explicación, esa sería la pasión política alimentada más por el interés en la selección de la persona, minimizándose la importancia del proyecto. Abunda la elucubración sobre los perfiles y relaciones de quienes aspiran. Menos atención genera la problemática a resolver. Diagnóstico y prospectiva quedan relegados, lo importante es la adhesión a un determinado proyecto personal.

El ejercicio del poder produce otras perspectivas. La experiencia de varios sexenios muestra la incongruencia, posterior al triunfo, entre la propuesta de campaña y las decisiones desde el gobierno.

En la ruta de la adelantada sucesión presidencial mexicana, se presentó el documento Un punto de partida producido por Encuentro: Colectivo por México, organización plural donde destacan personalidades de la vida pública nacional.

El propósito está anunciado en el texto: No buscamos decir lo que la mayoría quiere oír, sino de verdad escuchar a todos, abrir un espacio de respeto, reencuentro y deliberación para así, inaugurar un tiempo de y para la ciudadania, forjar en colectivo una nueva visión y emoción de País. Pensar a México desde abajo, desde todas sus regiones, desde todos sus sectores; desde la mirada del «otro», en un esfuerzo de ponernos en sus zapatos y circunstancias.

Con diagnósticos alarmantes y hasta catastrofistas, se presentan cinco apartados: Un México en paz y con desarrollo; Igualdad y calidad de vida; Prosperidad; Marginación y discriminación; Globalización y medio ambiente, cada uno con su respectivo listado temático a ponderar.

Coincidencia y divergencias aparte, su contenido es invitación a observar, analizar y debatir el futuro del país visto desde un ángulo identificable. Conviene adentrarse en el razonamiento, sin prejuicios generacionales ni a las trayectorias e ideologías visibles.

Prioridades: comparar, disentir y aportar. Es lo importante y necesario. De nuestro país no debe asumirse idea única. No por su diversidad, menos por su intensa democracia.

Al anecdotario la ausencia en la presentación y posterior deslinde del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, de ese trabajo, motivado, según apuntaron algunos convocantes, en un texto del político.

A propósito: los discursos de ayer en Querétaro son, cada uno y en conjunto, interesante lección constitucional.

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