Otis, la devastación

Historias que contar

Lo ocurrido con la feroz presencia del huracán Otis en Guerrero y, sobre todo, en el turístico puerto de Acapulco, desplazó algunos días la efervescencia política en el país. Lamentables decesos, de la requerida ayuda para subsistir de centenas de familias, ante carencia de alimentos, y los servicios más urgentes, presentó escenas, lamentablemente repetidas de quienes fueron víctimas de una naturaleza que volvió a presentar las fuerzas infinitas de su poder.

De acuerdo con meteorólogos, se esperaba embestida de atroces vientos medidos en su velocidad por kilómetros de hora, de lluvias, aunque imposible conocer hasta donde llegarían los embates.

Otis apareció a las 00.25 horas del miércoles 25. Poco antes, martes, se inscribía como tormenta tropical. En cronología de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana se destacó que bastaron nueve horas para que su intensidad alcanzara el punto máximo y se vistiera como huracán categoría 5.

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Quedó claro que, a la medianoche, el centro de la compacta amenaza tocaría tierra en la costa central de Acapulco. Aullantes vientos de 270 kilómetros por hora y rachas, como aureolas de tragedia, de hasta 330, arrasarían todo a su vandálico paso.

Alejandra Méndez Girón, coordinadora general del Sistema Meteorológico Nacional (SMN), dijo:” Rompió récord de intensificación. El anterior lo tenía el huracán Patricia en 2015. De hecho, de 1966 a la fecha, solamente dos huracanes han crecido de esa manera. El agua del mar, en el momento que se estuvo desarrollando, tenía 30 grados centígrados. Con 27 grados un huracán ya puede empezar a desarrollarse; ahora tenía tres grados más”.

Una de las joyas turísticas de México, acumulo días sin electricidad ni suministro de agua, además, no funcionaron internet ni abasto de gasolina.

Carreteras quedaron en ruinas. Las informaciones de medios impresos, noticiarios redes sociales fueron oportunas y concretas. Un ejemplo, comunicar que, como primera instancia, decenas (¿centenas? ¿o más?) acudieron a los centros comerciales para abastecerse de lo elemental. Entendido el motivo, pero no la forma, rapiña. Ingresaron como mareantes avalanchas. La vigilancia fue sometida a la llamada ley del más fuerte; los empleados para protegerse se retiraron.

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Muchos de los infractores obtuvieron productos como enlatados, agua, leche, pan; se dijo que hasta televisores. La verdad no advertí imágenes para sostener la aseveración.

Con la luz del miércoles se entendió la trascendencia de los hechos. Hoteles, por ejemplo, deteriorados; casas hechas añicos, calles, avenidas, envueltas en espesas cubiertas de lodo, piedras, residuos, basura. Automóviles convertidos en nudosas reliquias de láminas. Muchos cubiertos por árboles que, de todos tamaños, fueron desenraizados por las incontrolables ráfagas.

Esto fue Acapulco, pero en comunidades cercanas se padeció algo semejante, gente de limitados recursos ahora buscará resarcirse para obtener, como dijo una señora entrevistada,” el pan de cada día”.

Recibiendo la ciudad constantes flujos de turistas, se escucharon, se particularizaron peticiones de sus familiares que desconocían su paradero. Angustiosa su situación.

Hubo inmediata presencia del ejército y la Guardia Nacional, así como del presidente Andrés Manuel López Obrador. Comunión de apoyos que se proyectarán a una anhelada reconstrucción, pero, trascendente las respuestas de todo el país enviando ayuda. Seguimos unidos.

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