Coincido con Lizamavel Collado, cuando señala que “antes de la era digital, los medios tradicionales -periódicos, radio, televisión- eran los principales moldeadores de la opinión pública. Con la irrupción de las redes, el poder de la comunicación se ha democratizado permitiendo que cualquier persona con acceso a internet, a través de las aplicaciones disponibles, pueda expresar sus ideas y potencialmente alcanzar millones de personas; este fenómeno ha dado lugar a un flujo constante de información, opiniones y noticias que pueden viralizarse en cuestión de minutos.
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El poder de las Redes Sociales es lo que ha permitido la amplificación de las voces de aquellos que eran ignorados o marginados. Movimientos sociales como #BlackLivesMatter, #MeToo y otros más recientes, incluso las protestas climáticas lideradas por jóvenes utilizan estas plataformas para organizarse, difundir sus mensajes y presionar por los cambios demandados, empoderando a la ciudadanía e influyendo directamente en la agenda pública y política”.
Sin embargo, esto nos ha traído como consecuencia que hoy existan más opinadores que periodistas, porque es innegable que se escribe demasiado en estos días. Se escribe sin sentido. Con más ánimo de publicar que por el impulso de decir algo. Con más intención de generar un foco de atención que de expresar una idea. Con más pretensión de participar en una conversación que de generar un intercambio de opiniones. Se escribe porque se piensa, erróneamente, que se es importante. Se escribe por compromiso y no por convicción. Y por desgracia, se escribe por escribir: sin corroborar hechos, sin técnica, sin compromiso, sin pudor y sin responsabilidad.
Guillermo Fadanelli escribió hace no mucho lo siguiente: “Albert Einstein, además de confeccionar ecuaciones adecuadas a su pensamiento y de esforzarse en crear leyes generales sobre el comportamiento de la materia, gustaba de escribir y hacer comprensibles sus ideas a las personas que se miraban el ombligo mientras desempeñaban otra clase de actividad: es decir, a los legos en física. Me ha sorprendido leer el párrafo siguiente del físico judío: “En principio, creo, junto con Schopenhauer, que una de las más fuertes motivaciones humanas para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida de cada día, con su dolorosa crudeza y su horrible monotonía.” Escribir un párrafo semejante no hace de Einstein un ser pesimista, pero acentúa su sabiduría al recordarnos la fugacidad y relatividad de los actos que realizamos en el presente. Cuando Norman Mailer expresó en una entrevista: “Hay un exceso de gente que escribe en la actualidad y que no entrega arte al mundo. Pero se hace terapia a sí misma”, me parece que estaba describiendo atinadamente nuestra época. Y, sin embargo, apuntalando la idea de que se comienza todos los días, todo escritor debe mirarse el ombligo de alguna manera, pese a que al hacerlo lastime de alguna forma los sentidos de los lectores atentos.
Como se habrán dado cuenta, los temas que uno trata en una conversación cambian de lugar e importancia más allá de considerarse trascendentales por antonomasia. No hay un tema, escribió R. L. Stevenson, que debamos idolatrar más allá de lo que nos lleve el deseo”.
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