La rabia puede ser motor, pero nunca debe ser timón

La rabia puede ser motor, pero nunca debe ser timón

ALAMEDA

Redacción
Junio 10, 2025

Por: Dino Madrid

Migrar no es delito, pero a veces parece pecado

En los últimos días, California ha sido escenario de movilizaciones encendidas tras una nueva ola de detenciones irregulares a migrantes latinoamericanos. Arrestos sin justificación clara, perfiles raciales como única “sospecha” y migrantes tratados con desprecio han desatado una furia que no es nueva, pero que esta vez ha escalado hacia hechos violentos. Y aunque la rabia es comprensible, la violencia no puede ni debe ser el camino.

El contexto es tan paradójico como revelador: California es el estado con más migrantes en todo Estados Unidos, y el que más presume de defender sus derechos. Uno de cada cuatro californianos nació fuera del país, y 4 de cada 10 personas hablan español en su vida cotidiana, no sólo como lengua materna, sino como identidad cultural. Estamos hablando, además, de la cuarta economía del mundo, más grande que la de países como Alemania, India o Reino Unido. Una potencia económica que, en buena medida, se sostiene sobre los hombros de millones de migrantes que trabajan la tierra, construyen ciudades, cuidan niños, cocinan para todos y sin embargo siguen siendo tratados como ciudadanos de segunda, en el mejor de los casos.

Pensar en los migrantes solo como una “crisis” o una “carga” es negarles el rostro, la historia, el alma. El fenómeno migratorio no es una estadística, es un drama humano. Es una madre dejando a sus hijos con la promesa de volver, es un joven huyendo de la violencia que no eligió, es un campesino buscando en otro país el pan que su tierra ya no le da. Por eso, cuando son detenidos de forma arbitraria, humillados o criminalizados por el simple hecho de existir en otro territorio, se atenta contra la esencia misma de los derechos humanos.

Lo que ha ocurrido en California no se puede entender sin ver este contexto. Las autoridades, lejos de honrar el espíritu de un “estado santuario”, han incrementado sus operativos con un tinte claramente discriminatorio. Lo que dicen defender como “seguridad” se convierte en persecución. Se inventan excusas legales para justificar actos profundamente inhumanos. Y es entonces cuando la comunidad latina, harta de la impunidad, sale a la calle. Alza la voz. Exige. Se moviliza.

Sin embargo, cuando esa justa indignación se convierte en violencia, cuando se rompen vidrios, se incendian autos o se responde al golpe con otro golpe, algo se pierde en el camino. La causa se debilita, el mensaje se distorsiona y el adversario gana una excusa perfecta para reprimir con más fuerza. Porque si bien la furia es legítima, el desafío real es transformarla en organización, en resistencia pacífica, en lucha con altura moral. No se trata de “portarse bien”, se trata de no perder el horizonte: queremos justicia, no venganza. Queremos derechos, no revancha.

La historia nos ha enseñado que las luchas más duraderas y transformadoras son aquellas que se han sostenido con firmeza y dignidad, sin ceder al abismo del odio. Los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos, las luchas por la independencia en América Latina, las revoluciones sociales del siglo XX, todas nos muestran que la rabia puede ser motor, pero nunca debe ser timón.

Hoy más que nunca se necesita una respuesta organizada, con base en la solidaridad internacional, la presión legal, el activismo informado y la fuerza de una comunidad que se sabe portadora de un derecho irrenunciable: vivir sin miedo. Que sepa que su causa es justa y que, por eso mismo, no necesita disfrazarse de violencia para hacerse escuchar.

En un mundo que a veces parece haber perdido el sentido común, defender los derechos humanos es un acto de profunda valentía. Y hacerlo sin caer en la trampa del odio, es también un acto de amor. Porque, al final, de eso se trata: de amar tanto la justicia que no nos permitamos destruirla con nuestras propias manos. Que el mundo lo entienda: migrar no es delito. Y defender la vida con dignidad, tampoco.

mho