La rabia de los días
El Surtidor
La próxima vez que me siente frente a la computadora para escribir una colaboración para el diario que alberga este espacio, seré un año más viejo. Eso significa, o por lo menos debería serlo, que el transcurso de 365 días habrían de dejar en mi persona algo más que el paso del tiempo. Significaría, en el mejor de los casos, que tuve 365 oportunidades para aprender algo nuevo cada vez. Si esto ocurrió o no, nunca lo sabré, lo que si puedo atisbar es el hecho de que algo muy grande ha sentando sus bases en mi entorno. Y eso, más que preocuparme, me ocupa.
Como siempre, alguien más inteligente que yo ya escribió de una mejor manera lo que deseo expresar, en este caso me refiero al filósofo Ángel Gabilondo Pujol, quien hace ya tiempo apuntó: “Son tiempos de grandes proclamaciones, lo cual no necesariamente coincide con atractivos desafíos. No deja de haberlos, pero podría ocurrir que, formulados en los términos propuestos, no pasen de ser simples planes, y no siempre resulten interesantes. La emoción de los proponentes y su entusiasmo más parecen coincidir con su propia suerte que con la nuestra. Eso no impide su afán desmesurado por alcanzarla; antes bien lo confirma.
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Sin embargo, una tarea conjunta no se reduce a una labor hecha entre varios. Convocarnos es más que limitarse a llamarnos a realizarla. Por eso no basta seguir a alguien para ir con él, para ir con ella. En ocasiones, cuanto más se dirigen a nosotros, más se ratifica lo que nos necesitan para conseguirlo. Y, sintomáticamente, su propio bien, su bien propio, coincide puntualmente con lo que se nos brinda para el nuestro. Pedimos convicción, pero no solo la que es un medio para acceder, esto es, para llegar a lo que se pretende”.
Solía pensar en que los seres humanos necesitamos héroes; hombres nobles con características extraordinarias que luchasen para que este mundo encontrara el equilibrio que necesita. Solía pensar en que todas las historias, desde el origen de los tiempos y los registros que de ellas han quedado podrían servir de ejemplo a hombres y mujeres para que pensaran en el motivo, las consecuencias y los efectos: no en el protagonismo y se convirtieran en pequeños héroes: semidioses de causas triviales que mejoraran en un efecto hormiga y por ende en masa la realidad de este fatídico mundo. Y eso, está ocurriendo todo el tiempo, volvamos la mirada a nuestro entorno y encontraremos a esos héroes que lo están cambiando.
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Por eso, tal vez sea tiempo de dejar de pensar en la rabia de los días, volver a lo que Ernesto Sábato escribió cuando dijo que «el hombre no está solo hecho de desesperación sino de fe y esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y amor. Porque si prevalece la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que este mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades».
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