Uno de los grandes problemas políticos del siglo XXI es el miedo de los gobiernos a gobernar con empatía. Lo que debería ser una herramienta clave para acercarse genuinamente a los ciudadanos aún se sigue viendo como una debilidad.
Este desafortunado enfoque quedó al descubierto el sábado pasado en el gobierno de Hidalgo, que prefirió protegerse con unas vallas metálicas de pésima calidad —valdría pedir los datos del herrero, para no volver a contratarlo— en lugar de tender puentes de diálogo para escuchar y atender las demandas legítimas de las mujeres.
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Si esta administración estatal fuera realmente congruente con los principios que dice defender, estaría acompañando las exigencias ciudadanas con acciones concretas y políticas públicas eficaces para mejorar las condiciones de vida de las mujeres. En lugar de instruir a funcionarias públicas para coordinar operativos contra las manifestantes, debería estar exigiendo que se trabaje para transformar realmente las políticas que atañen a los derechos de las mujeres.
La actuación del gobierno estatal el sábado pasado lo situó más cerca del conservadurismo institucional de la Iglesia Católica que de una verdadera administración de izquierda. Al igual que las autoridades religiosas que prefirieron formar un cordón humano alrededor de “La Villita” para proteger el inmueble, las autoridades hidalguenses ponderaron la integridad material por encima de las demandas legítimas de las mujeres, muchas de las cuales estaban siendo reprimidas apenas tres cuadras atrás por elementos policiacos.
Frente a estas dos maneras de actuar, el gobierno estatal debe plantearse una pregunta esencial: ¿a quién quiere parecerse realmente esta administración? Tiene dos caminos claros: puede tomar el ejemplo progresista, humanista e incluyente que dejó Michelle Bachelet en Chile, o puede optar por el camino conservador, retrógrado e intolerante representado por Javier Milei en Argentina.
Es fundamental que Hidalgo tome pronto una postura clara, porque el trato que da a las víctimas y a las mujeres será una marca indeleble en la historia política de este sexenio. Gobernar con empatía, justicia y coherencia no es opcional: es una obligación ética y política, especialmente para un gobierno que se asume transformador.
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Off the récord
En Hidalgo, el nepotismo es casi un arte. Ahora, Arely Mendoza Baltazar, prima de la secretaria de Cultura, aparece mágicamente como secretaria particular de un puesto tan nuevo que todavía huele a pintura. De la gastronomía a la burocracia, ¿quién necesita experiencia relevante? Esperemos que no intenten cocinarnos más sorpresas de este tipo.
MHO
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