Dos momentos recientes sirven para identificar la influencia determinante de la Inteligencia Artificial en el futuro de la humanidad: la reunión del G7 efectuada en el verano de 2024 en Apulia, Italia, donde el papa Francisco expresó:
“La inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro” y favoreciendo una “cultura del descarte”.
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Otra, la reciente Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial, en París, convocada por Francia e India, generó la Declaración sobre la inteligencia artificial inclusiva y sostenible para las personas y el planeta, signada por setenta países, donde anunció las prioridades para la IA; pero también desveló las discrepancias de los Estados Unidos, puntualizadas por el vicepresidente J:D:Vance, y la Gran Bretaña.
Hay también acciones locales como la creación del Grupo de trabajo estratégico sobre inteligencia artificial de Massachusetts, formado por la gobernadora Maura Healey, en 2024. Su proyecto fundamental es el Centro de Inteligencia Artificial cuyo objetivo es “servir como nexo de la innovación en IA, y facilitar la colaboración de vanguardia entre el gobierno, la industria, el mundo académico las organizaciones sin fines de lucro y las empresas emergentes”.
Son evidentes preocupaciones y ocupaciones por la IA en todos los ambientes, de ahí lo importante de superar la divulgación mediática; insistir en lugares comunes sin información ni propuestas, de poco sirve, es ir sin objetividad.
Ante su inminente sustitución por la IA, la especie humana solo intenta contenerla suponiendo la imposibilidad de ser suplida la capacidad cerebral para percibir y trasmitir emociones; por ejemplo el caso de decidir, solo con la información de su alimento, la responsabilidad penal o los derechos de las víctimas.
Hay quien todavía duda de la capacidad de la IA para emitir una sentencia absolutoria o condenatoria civil, penal o laboral, como lo haría una persona juzgadora: con sus percepciones emocionales y la experticia para impartir justicia.
De inicio abordemos la complejidad de armonizar los textos constitucionales para dar cabida a la IA y, desde cada Constitución regularla haciéndola parte del respectivo proyecto nacional, con la perspectiva de una cultura de supeditación al ser humano mediante principios y preceptos vinculantes.
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La IA no debe avasallar al extremo de hacer realidad la ficción, debe evolucionar con sentido humanista, sin rebasar las leyes naturales ni la voluntad humana, potenciar las capacidades intelectuales sin sometimiento, respetando libertad, libre pensamiento, autodeterminación, creencias religiosas y políticas.
La participación de sesenta exponentes, la mayoría pertenecientes a la membresía del Comité Panamericano de Juezas y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana, COPAJU, responsables de impartir justicia en países latinoamericanos, produjo una visión de conjunto sobre la IA en el binomio justicia y democracia en la región, durante dos días de análisis y reflexión en el espacio de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales presidida por sor Helen Alford.
Abundaremos aquí en el contexto planteado como punto de partida y las propuestas presentadas.
MHO
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