HOMILÍA CONTRADICTORIA

Desde lo regional

Igual a las familiares y cívicas, se acude a una celebración religiosa por convicción, costumbre, obligación, compromiso. En cualquier caso, diferente al animado por la fe, lo importante es aprender, asimilar lo valioso, obtener un nutriente al ser y forma de ser. Lograrlo requiere aguzar la percepción en vista y oído, atender el desarrollo del acto mismo, por mínimo respeto y para no quedar en calidad de convidadas y convidados de piedra.

En la liturgia católica, después de la Eucaristía y la lectura de la Palabra, es la homilía a cargo del oficiante uno de los momentos más importantes de la misa. Ese sermón explica el evangelio escogido para la ocasión, una forma didáctica de allegar a la feligresía el mensaje divino, sus misterios, normas y consejos para la vida cristiana.

De la calidad oratoria dependerá el impacto de la prédica para creyentes y quienes no lo son. Nadie puede despreciar un discurso elocuente, positivo, razonado y respetuoso, independientemente de sus creencias espirituales. Menos si trasmite una interpretación armónica, inteligente, fruto del estudio y la reflexión teológica, y sin la carga ideológica personal del mensajero.

Al interés lo diluye la discriminación cuando lo trasmitido se abarata con lugares comunes, descalificaciones y una retórica insultante para determinados sectores sociales, lo cual trasluce, además de la ignorancia del pastor sus personalísimas fobias e ignorancia del actual rumbo de la iglesia cuya voz asume.

No es exagerar si se advierte una alarma al escuchar desde el presbiterio la violencia verbal contra personas de la diversidad sexual, padres respetuosos de los derechos de los niños y personas divorciadas. Entre el despropósito y un discurso de odio es tenue la línea.

Habrá quien se identifique con esa visión retrógrada, muy respetable. También quien no vea en ello mayor relevancia. En ambos casos conviene recordar la encíclica del papa Francisco, firmada el 3 de octubre de 2020, en Asís: Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, inspirada en san Francisco quien “Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.”

Unas líneas de sus 287 párrafos ilustran la contradicción entre enseñanza papal y arenga sacerdotal:

Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia. (106)

La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones. (128)

El gusto de reconocer al otro implica el hábito de reconocerle el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social, sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca ningún valor en la sociedad. Detrás del rechazo a determinadas formas visibles de violencia, suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes desprecian al diferente. (218)

Apunte final: Lamentable la ignorancia confesional en una sociedad históricamente liberal. Deseable multiplicar las inteligencias de Héctor Samperio Gutiérrez, Antonio Roquñí y Pedro Aranda-Díaz para ejercer el ministerio.

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