Granados Chapa: ausencia y vigencia

Desde lo Regional

Desde 1869 cruzan por la historia hidalguense nombres de personajes que vieron aquí la luz primera, en algunos casos por mera coincidencia. Aunque no abundan, hay personajes que trascendieron a la vida nacional en diversas actividades,  política y  alta burocracia los ámbitos más visibles. También quienes por desempeños artísticos, intelectuales, científicos, diplomáticos y empresariales, ocupan sitios relevantes.  De alguna manera, los reconocimientos nacionales y extranjeros  reflejan nuestra presencia en la república, por sobre la temporalidad de los cargos. 

En nuestra sesquicentenaria nómina destacan personalidades  lamentablemente poco  identificadas durante su vida con el estado natal, nunca lo significaron pues a temprana edad salieron del territorio y luego se desarraigaron por otras razones. Hubo quienes solo en los años postreros regresaron para recibir algún homenaje, merecido pero poco justificado,  y sin ningún pudor se colgaron medallas y aceptaron pergaminos  exaltando el origen que hasta entonces recordaron. 

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A otras y otros los  sacamos de las vitrinas exaltando su hidalguense oriundez a sabiendas de que aquí únicamente nacieron y en nada de lo que les distinguió hubo siquiera una referencia, no se diga una aportación, para el estado de Hidalgo. Contrastante actitud tuvieron quienes con los años encima  aportaron de su experiencia en beneficio de la entidad, sin paga ni homenaje.  

Diferente valía tienen quienes nunca  desprendieron el cordón umbilical con el terruño y aún en lejanía se  sintieron  parte suya,  personalmente o a través de sus afectos  familiares y amistosos y, sobre todo, sostuvieron esa identificación como lo creyeron más conveniente, por una convicción alejada de  protagonismos. Miguel Ángel Granados Chapa fue de esa estirpe. 

Hombre nacional por sus talentos y esfuerzo, Granados nunca dejó de ser ni sentirse pachuqueño. Entre sus afanes siempre estuvo Hidalgo, hasta volverse incómodo para una clase política regional, intolerante a cuestionamientos críticos, sabedora de la trascendencia que sus aseveraciones producían  en las más altas esferas nacionales del poder.

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El discurso de Granados Chapa fue una voz surgida y alimentada desde la provincia, con la visión ensanchada desde el mirador nacional. Javier Garciadiego, uno de los más destacados historiadores mexicanos de hoy, sucesor del periodista en el sillón XXIX de la Academia Mexicana de la Lengua, lo retrató así:  

Siempre admiré el rigor documental y la precisión y pulcritud del lenguaje de Granados Chapa. Parecía saber todo de la vida política y periodística de México. Además, nunca acudió al lenguaje estridente y podía hacer críticas demoledoras sin requerir del insulto o del adjetivo altisonante. Su crítica no buscaba el estruendo sino la contundencia. La suya es una ausencia imposible de cubrir. 

Como él mismo lo anunció en su Plaza Pública, el telón cayó hace una década, el 16 de octubre. Consumida la presencia física, el personaje se volvió referencia. La aguda inteligencia es ausencia recrudecida en los días que corren. Ha transcurrido tiempo razonable para iniciar un ejercicio revisor de su vida y obra –lo ha propuesto don Gonzalo Celorio, director de la AML-,  el análisis de su legado, su influencia en la vida mexicana, la claridad de su pluma comprometida, entenderlo entre letras, periodismo y política, valorar la vigencia de su pensamiento, humanos yerros y tropiezos. Justipreciarlo en sus planos local y patrio.  

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