Esporas de luz
El Surtidor
El próximo mes de febrero se cumplirán tres lustros de la aparición en la revista Letras Libres, de la publicación de una entrevista que le realizó Diego Gómez Pickering al poeta sirio Ali Ahmed Said Esber, más conocido a través de su pseudónimo y alter ego, Adonis. En el inicio de aquella entrevista se señaló lo siguiente:
“No es el mito el que se convierte en una especie de historia sino la propia Historia la que es una especie de mito”… De acuerdo con la mitología griega, Adonis era un dios de sempiterna juventud y escultural belleza del que se enamoró perdidamente Afrodita. Según el mito, Adonis murió mientras cazaba un jabalí, a traición, herido por sus filosos colmillos. Sin embargo vivió por siempre, a través de las rojas anémonas que formaron cada una de las gotas de sangre que derramó y que luego fluyeron hasta convertirse en un río. Hoy, el nombre de Adonis sigue siendo sinónimo de vida y muerte en el cercano oriente y el río que lleva su nombre (también llamado río Ibrahim) continúa recorriendo las montañas de la Siria costera hasta desembocar en el Mediterráneo libanés. De origen cananeo, el nombre Adonis quiere decir “mi señor”. Su culto, común a todas las culturas semíticas desde Fenicia hasta Sumeria, fue mitificado por los helenos y vinculado a los ciclos anuales de cultivo y renovación de la vegetación”.
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Este panegírico sirve para compartir la expresión de Adonis sobre la poesía, a la cual se refiere afirmando que “resulta imposible definir la poesía. No es más que un medio de expresión de las ideas y del pensamiento, por eso es que están íntimamente ligadas aquellas con éste. El poeta es un creador y la poesía un proceso creativo, en el cual me desenvuelvo de forma plena y con el que sin duda alguna me siento mucho más cómodo que con cualquier otro. Para mí no hay arte o estilo artístico como tal sino que hay artistas que son los que se expresan, los que crean. De ahí que no haya una corriente o una disciplina más importante o mejor desarrollada, más pura o superior a las demás”.
Esto me conduce a pensar en el poeta catalán, Joan Margarit, quien en el prólogo de la primera edición de su obra reunida apunta: “Siempre he tenido conciencia de que, para mí, la poesía se extendía por toda la vida. La prisa, pues, no ha formado parte de mi relación con el poema. El juicio final lo hará el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde sólo -y no es poco- el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos. Ninguno de nosotros contamos mucho, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad”.
Si bien es cierto que un verso no puede detener el cauce de un río, ni que esté documentado aún que un poema logró detener una masacre, también es cierto que todos los días, más en la extinción de las hojas del calendario antes de cambiar el último digito del contador de una era, creo que hay muchísima poesía sucediéndonos, llamándonos a disfrutar el gozo de la existencia, recubriéndonos silenciosamente como esporas de luz y vida.