Por: Dino Madrid
Ganó la Cuarta Transformación. Otra vez. Ganó con votos, con organización, con programa, con millones de ciudadanas y ciudadanos que decidieron no quedarse callados, no quedarse quietos. Pero, como era de esperarse, hay quien prefiere contar la historia al revés. Dicen que ganó el abstencionismo. Como si no votar fuera una victoria. Como si cerrar los ojos ante el porvenir mereciera medalla.
El abstencionismo no gana. Nunca lo ha hecho. No construye escuelas ni hospitales, no defiende derechos ni impulsa reformas. El abstencionismo es esa sombra que aparece cuando el pueblo se retira, cuando cede su lugar al cinismo, cuando se confunde la crítica con la parálisis. Es cómodo, sí, pero también estéril. Mientras unos eligen, otros se esconden detrás del silencio esperando que su no-decisión tenga consecuencias épicas. Spoiler: no las tiene.
En algunos años, la historia recordará la primera elección judicial en México. Se hablará de los nombres, de las boletas, de las urnas que rompieron una tradición elitista para abrir paso a un nuevo orden jurídico nacido del voto popular. Se estudiará en las universidades, se debatirá en los foros democráticos, se pondrá como ejemplo en otras naciones. Y nadie, absolutamente nadie, mencionará a quienes no votaron. Porque los que no participan no escriben historia; apenas si la hojean.
Esta elección no fue solo un ejercicio democrático: fue un parteaguas. Una línea divisoria entre el viejo régimen y una justicia más cercana al pueblo. Sí, imperfecta. Sí, perfectible. Pero al final, nuestra. Y eso es lo que incomoda a muchos: que el poder se descentralice, que la toga baje del pedestal, que las decisiones de Estado ya no se tomen en lo oscurito.
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La responsabilidad histórica no es un concepto abstracto. Es una llamada al presente. Es preguntarnos qué hicimos cuando el país nos necesitó despiertos. Y aunque algunos hayan decidido dormir la siesta del escepticismo, otros preferimos mantenernos con los ojos bien abiertos, conscientes de que, en política, lo perfecto no siempre es lo justo, pero lo justo siempre inicia participando.
Así que sí, ganó la 4T. Ganó el pueblo. Ganaron los que no se bajaron del tren de la historia. Porque mientras unos opinan desde la barrera, otros se arremangan y empujan el país hacia adelante.
Y eso, nos guste o no, es lo único que termina contando.
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