El carácter popular de la Cuarta Transformación

Horizontes de la razón

El pasado domingo 27 de noviembre acudí, acompañada de cientos de hidalguenses, a la entidad federativa número 32, la Ciudad de México, capital de nuestra República y que fuera el corazón de la entonces México-Tenochtitlán. Con esa potencia económica, demográfica, social y política, se vivió y sintió la que, quizás, haya sido la marcha pacífica más multitudinaria en la historia del tiempo presente de nuestro país.

Ni la desolación por el desafuero del entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, ni la frustración acumulada por los fraudes electorales del 2006 y el 2012, ni el festejo del triunfo en el 2018 u otras legítimas demandas sociales lograron reunir a tantas personas provenientes de tantos rincones de nuestro país, como la convocatoria que hizo Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, para celebrar cuatro años a partir del inicio de lo que se ha denominado “Cuarta Transformación”.

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La fuerza de su liderazgo carismático no deja de asombrar a propios y extraños. Habrá quien esté en contra del presidente, pero es innegable que él concentra la simpatía de más de la mitad del país; Morning Consult le registra con un 71% de aprobación, en el segundo lugar frente a otros mandatarios mundiales que han sido calificados con las mejores aprobaciones.  El “México profundo” de los pueblos indígenas y el “pueblo raso” de las clases sociales que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza multidimensional en el país, son principalmente quienes se han sentido, por primera vez en muchos años, verdaderamente escuchados.  Por ello, son también quienes respaldan gustosos las iniciativas de un líder que sí los representa.

En lo que va del actual gobierno federal, hablar de “los pobres” o de los “sectores más vulnerables” ha dejado de ser un concepto difuso en el discurso gubernamental para convertirse en uno que refiere a determinadas poblaciones objetivo dentro de una política pública determinada. Así, por ejemplo, el concepto de adultos mayores se materializa en mujeres y hombres con rostro, con voz; sujetos de derecho cuya vacunación fue prioritaria durante la pandemia de la COVID-19 y que actualmente reciben una pensión bimestral de $3,850 pesos. Otro ejemplo son las niñas y niños con discapacidad, cuyas familias en quince entidades federativas, reciben todas un apoyo de $2,800 pesos bimestrales sin mayores reglas de focalización. Es decir, en ambos casos se trata de programas para todos, “universales” y en algunas entidades, respaldados por la legislación federal y estatal. Por esas razones y otras, el acompañamiento popular del presidente se vuelve casi inevitable. No porque, como dice la oposición, a los beneficiarios “no les guste trabajar” o “tengan miedo de perder sus apoyos”, sino porque tras recorrer el país, el presidente entendió lo lacerante que puede llegar a ser vivir en la más raída pobreza, con hambre y precariedad y no tener ni por dónde empezar para siquiera pensar en salir adelante. Quienes le critican, no han comprendido que la desigualdad acumulada en el país puso en jaque a más de la mitad de la población y que, sin el llamado a la paz mediante la justicia social que hace el presidente, muy probablemente habríamos tenido ya varios estallidos sociales por la vía de las armas.

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Quienes crecimos siguiendo de cerca este movimiento social, bien podríamos decir que el lopezobradorismo es un humanismo. Y para fortuna de los futuros destinos del país, ya lo dijo el presidente: “hay relevo generacional”.

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