Divagaciones cafeteriles

Divagaciones cafeteriles

¡Qué iluso me he vuelto últimamente! Sin embargo, ¡qué necesitados estamos algunos mortales evocadores de contar con espacios utópicos así, tolerados por mecenas y no por viles mercachifles!

Enrique Rivas Paniagua
Junio 22, 2025

Pila de libros; libreta virgen u hojas sueltas en blanco; pluma en ristre. La taza de humeante café por única compañía. Lo más aislado posible de mundanales ruidos callejeros; con música medieval, renacentista o barroca de fondo. En profunda y creativa soledad pensante, libre por completo de urgencias… Un cuadro así es la mejor definición de mis sueños de vivir gozoso en el paraíso terrenal, sin ángel de espada flamígera que me aceche.

Soy una papa enterrada para los negocios y no atinaría a sostener uno, ni como simple pasatiempo, que se dedicase a tal quimera de bohemia. Aunque llevo en la sangre lo mercantil (don Rodolfo, padre y señor mío, dedicó toda su vida al comercio, lo mismo que mucha de mi parentela materna), administrar yo un negocio, por romántica que fuese su oferta, sería pedirle peras al olmo. A las primeras de cambio me declararía en bancarrota. Quizá por ello admiro a quienes, teniendo al dios Mercurio como patrón de subsistencia, arriesgan tiempo, dinero y esfuerzo en montar empresas tan locas.

Cómo suspiro por tener al alcance un local de esta catadura. Una cafetería sin pizca de ostentación ni lujos pretenciosos, de preferencia con una sección al aire libre, donde acudir regularmente en calidad de vil parroquiano. Sin presiones consumistas. Sin sentirme vigilado por un big brother de cara agria que desde la caja registradora me observa con el título de dueño, peor si es un analfabeto funcional. O, aunque lo sea, pero que me deje en santa paz si nada más quiero leer y escribir a cambio de unas horas de gasto mínimo.

¡Qué iluso me he vuelto últimamente! Sin embargo, ¡qué necesitados estamos algunos mortales evocadores de contar con espacios utópicos así, tolerados por mecenas y no por viles mercachifles! Mucho ganaría la producción literaria porque hubiera más Rulfos arrinconados en plena libertad frente a una taza del negro brebaje, como la leyenda dice que fue el autor de Pedro Páramo.