Por: Dino Madrid
Lo que Teuchitlán ha despertado no requiere mucha explicación. Los mexicanos sabemos bien lo que significa vivir con la angustia de la desaparición. Aquí no solo se pierden a las personas, las borran. Y, como siempre, los más vulnerables y empobrecidos son quienes lo sufren con mayor intensidad.
Teuchitlán no fue solo un centro de exterminio, sino también de reclutamiento forzado, donde las necesidades de la gente se transformaron en su peor amenaza. Las desapariciones han marcado nuestra historia reciente, una constante que nos recuerda que, en México, la desaparición de personas sigue siendo una realidad dolorosa y cotidiana.
Los esfuerzos del Estado, tanto pasados como presentes, han sido ineficaces. Incluso la administración de López Obrador fracasó en su intento de enfrentar este fenómeno. Ante este panorama, Sheinbaum se enfrenta a un desafío inmediato y urgente: la crisis de las desapariciones no puede seguir ignorándose. Tras una respuesta inicial equivocada, ha comenzado a tomar acciones más concretas.
Una de las medidas más destacadas es la implementación del Certificado Único de Registro de Población, una propuesta que busca ofrecer un documento único con datos biométricos que permita identificar a cada ciudadano. Este sistema sería crucial para localizar a las personas desaparecidas, agilizando su búsqueda a través de hospitales, refugios y centros de detención.
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El concepto de un registro único no es nuevo. Desde hace años se ha intentado establecer, pero el miedo a la invasión de nuestra privacidad ha bloqueado su implementación. Hoy, la desconfianza hacia el Estado sigue siendo un obstáculo, pero la legitimidad de Sheinbaum, respaldada por un 85% de apoyo popular, le otorga una ventaja crucial: la capacidad de abrir puertas que hasta hace poco estaban cerradas.
Para quienes se preguntan, ¿para qué sirve tanta legitimidad?
La respuesta es simple: para gobernar. Y para que, esta vez, la montaña no tenga que ir a Mahoma.
MHO