DE MAGIA, CIENCIA Y VACUNAS
El camino y el caminante
Una creencia compartida entre terapeutas consiste en afirmar que cada persona le hace frente a las exigencias de la vida utilizando en cada momento todos los recursos con los que cuenta, de forma tal que en su pensar, sentir y actuar, siempre optará por la mejor elección posible. En el mundo de la filosofía, Vaihinger afirma que la inteligencia humana tiene como principal sentido garantizar la supervivencia de la especie, valiéndose no solo de la razón y la ciencia, sino también de cualquier creencia, ficción, relato mitológico o religioso que le sea útil para preservar la existencia. Estos argumentos me sirven para abordar algunas ideas en estos tiempos de pandemia, donde conviven por igual el miedo y la esperanza, la ciencia y la fe, la superstición y el pensamiento científico.
El Dr. Ruy Pérez Tamayo en su libro “De la magia primitiva a la medicina moderna”, presenta un largo recorrido histórico que nos permite conocer el desarrollo de la ciencia y el arte de curar, prevenir y predecir las enfermedades del cuerpo humano, conocimiento que solemos llamar medicina.
Un consenso antropológico nos dice que el homo sapiens emergió en el mundo hace aproximadamente 180 mil años; de su existencia, solo tenemos conocimiento directo, basado en el uso de la escritura, de los últimos cinco mil años. Hoy podemos saber que, en los llamados pueblos primitivos, las enfermedades solían ser vistas como castigos divinos o venganzas de espíritus malignos y otras especies sobrenaturales. De igual forma, el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad se realizaba mediante ritos mágicos o religiosos encabezados por todo tipo de sacerdotes, brujos y chamanes a la vez que utilizaban una rica variedad de plantas, ungüentos, lodos y emplastes. Si el enfermo sanaba, aumentaba la reputación del curador, se afirmaba el ritual y las creencias comunes que también tenían su efecto psicológico. Aunque este concepto mágico-religioso es muy antiguo, no significa que en el presente no se siga utilizando en muchas culturas en diferentes partes del mundo.
En Babilonia, dos mil años A.C., fue el rey Hamurabi el primero que promulgó un código legal que normaba, entre otras cosas, las prácticas de la curación y las cirugías. Fue en Grecia, en el siglo V A.C., cuando aparece Hipócrates, quien describió a la enfermedad como un fenómeno natural cuyas causas se encuentran en el ámbito de la naturaleza y no en un origen divino. Al imperio greco – romano le debemos los hospitales militares, el saneamiento ambiental y la legislación de la práctica y enseñanza médica. En el segundo siglo de nuestra era nació Claudio Galeno, cirujano y anatomista que escribió docenas de libros sobre medicina, mismos que fueron utilizados casi de manera dogmática durante mil 300 años.
Por el siglo IV D.C., el cristianismo triunfa en Roma y en medio de plagas y pestes surge la medicina religiosa cristiana que explicaba las enfermedades como manifestación de la voluntad divina y recetaba rezos, la unción de aceites sagrados, la veneración de los santos, la práctica de la caridad y el amor al prójimo. Al mismo tiempo, fue surgiendo una medicina monástica que reunió documentos clásicos, preservó tradiciones médicas, abrió centros de estudio y práctica en diferentes ciudades de Europa; crecieron durante casi 800 años hasta que en tres concilios fueron prohibidas las prácticas médicas a los monjes.
Ya muy entrado el Renacimiento, en el siglo XVI, es cuando aparece lo que hoy reconocemos como la ciencia de la medicina. Se publican dos libros determinantes, en uno se vislumbra un concepto moderno de la patología de la medicina y el otro encabezó una rebelión contra los textos clásicos de la disciplina. Con la emergencia de la ciencia positiva y el método científico, se renuncia al dogma y a las explicaciones sobrenaturales; la medicina, de la mano de las matemáticas, la física y la astronomía, entre otras, apuesta por la experimentación objetiva e inicia una gran transformación. De ahí surgieron los grandes hospitales en París, Viena y Berlín, así como los grandes colegios médicos, con su impactante producción de conocimientos.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, surge la llamada medicina científica; a la vacuna contra la viruela experimentada por primera vez en 1721, se sumaron los descubrimientos de los antibióticos, la inmunología, la anestesia, los rayos X, la endoscopía, la endocrinología, las vitaminas, la epidemiología, la genética, los laboratorios clínicos, la biología molecular y un largo etcétera.
La medicina actual, por lo menos en occidente, es producto del genio y trabajo de miles de mujeres y hombres que, entre aciertos y errores, experimentos fallidos y golpes de suerte, han hecho que la vida humana sea menos dolorosa; nunca como en el presente, la medicina científica ha ayudado a conservar la salud, curar las enfermedades y evitar muertes prematuras.
Regreso al principio de esta columna, estamos cursando una pandemia, el ser humano sufre, tiene miedo, se para ante el abismo de la finitud; al mismo tiempo se vislumbra una esperanza; científicos y laboratorios nos dicen que están en proceso de fabricación de diferentes vacunas; parece que estamos cerca de un exorcismo global; cuando nos llegue el momento individual de acceder a la vacunación, millones ahí estaremos, mirando a la ciencia con un poco de desconfianza y mientras nos inyectan, tal vez, como el hombre primitivo, cerremos los ojos, murmuremos una plegaria y crucemos los dedos por si la ciencia falla.