Cuelga de año viejo

Vozquetinta

CAJA. Era un 20 biseado, parecido a una mula de dominó. De esos números redondos y, por lo mismo, formalones. Pintaba para ser manejable o al menos llevadero. Prometía mantenernos aconchados en la rutina del mes tras mes. La chamba, la quincena, el caprichito cumplido, la turisteada con la prole, el pachangón tiracasas por la ventana, si las cosas marchaban bien. El desempleo inmisericorde, el ingreso azaroso, la deuda explosiva, la cobranza persecutora, la comedera de uñas, si iban mal. Ah, pero el 31 de diciembre, sin excusa ni pretexto, bailaríamos y cantaríamos alegres la clásica de Tony Camargo: “Yo no olvido al año viejo / porque me ha dejado cosas muy buenas”.

CELOFÁN. A las primeras de cambio el veinte-veinte nos sacó su lengua verdosa, llena de púas letales. Ni tiempo de contrarrestarla, comenzando porque, de tan invisible, tardamos demasiado en dizque tomarle la medida. Anduvo como chiva loca en cristalería. Echó a pique negocios, alteró planes y programas, dictó protocolos. Impuso encerronas, ostracismos, virtualidades, caretas, codazos o puñazos en lugar de abrazos. Al viejo estilo discursivo de Marshall McLuhan, la divisa de su blasón fue “El miedo es el mensaje”.

LISTÓN. Ciento veintitantas mil muertes después llega jadeante una vacuna y nos ilusiona su efectividad experimentada a toda prisa, aunque sin la certeza de ser infalible. No cabe una persona intubada más en algunos nosocomios. El heroico personal hospitalario muestra tensión y agotamiento, mas no cesa de despedir con aplausos a quien sale con vida. Cotidianidades antaño impensables. Calles atestadas. Bandazos sin ton ni son. El yo, lo otro, a rareza el nosotros. La película de ciencia ficción más catastrofista hasta hace pocas décadas parecería hoy una simple novela de costumbres.

MOÑO. Abatimiento. Soledad. Acoso. Violencia. Incertidumbre. Sueños deshechos. Escepticismo. Ancla de fe… De nada estamos exentos ahora. Al finalizar los 365 días más globalizados e impíos de tiempos recientes, apenas estamos aprendiendo a vivir con diaria resignación entre tales imágenes.

TARJETA. El veinte-veintiuno no es biseado, mucho menos redondo, pero se le agradece que de perdida acabe en uno (génesis, parto, dintel de cualquier lista numérica y, por extensión metafórica, de una Vita nova, como aquella poetizada por Dante). Ojalá esta consoladora eventualidad no nos encamine a que el año entrante también acabe… con uno.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos
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