Cuarenta años de una monografía

Vozquetinta

Abriré —¡mea culpa! — con la muletilla clásica en cualquier efeméride: «Un día como hoy, pero de…» 1982, salió de prensas la edición experimental del libro de texto gratuito que la Secretaría de Educación Pública me pidió escribir para las escuelas primarias hidalguenses. Sí, ese famoso libro de pasta negra cuya imagen de portada eran dos miniaturas artesanales de El Nith reflejadas en un espejo. Sí, ese libro de título exótico que se me ocurrió ponerle como mera síntesis geográfica, pero que alguien, quizá demasiado esotérico, me sorprendería años después con que él lo consideraba todo un rollo cosmogónico. Sí, ese libro al que, por brevedad, todo mundo acostumbra en nuestra airosa querencia llamarle “la monografía de Hidalgo”, no con su dominguero nombre de Hidalgo, entre selva y milpas… la neblina.

Corte de caja al 30 de octubre de 2022. Dos ediciones posteriores a la prehistórica de 1982 (considero aquellas que tuvieron cambios mínimos de redacción, algunos míos, otros de la propia SEP). Múltiples reimpresiones (su tiraje acumulado sobrepasa el medio millón de ejemplares). Varias generaciones de infantes que fueron lectoras espontáneas u obligadas de sus casi trescientas páginas (ocho capítulos repartidos en cuatro ejes temáticos: geografía, historia, socioeconomía, cultura). Diecisiete años en circulación (la jubilaron para sustituirla por otra que, si bien menos extensa, era más didáctica, de pasta amarilla).

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Cortesía.

Todavía anda por ahí, ahora restringida a las bibliotecas públicas o atesorada como patrimonio familiar (me consta, sobre todo cuando incursiono en comunidades rurales, que a veces es el único libro existente en muchos hogares). Todavía consultada (gran parte de su información o de sus enfoques no han perdido vigencia). Todavía citada, inclusive en trabajos académicos (éstos suelen no consignarme como autor, pese a que en la página legal aparezco así, y tampoco especifican en la ficha bibliográfica que se trata de un texto escolar, tal vez para no quemarse por haber recurrido a una fuente dirigida a escolapios). Todavía plagiada, no sólo de frases, párrafos, recuadros o páginas completas, sino de ilustraciones (ganas me dan de inscribirla en los récords Guinness como una de las obras de su tipo más fusiladas).

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¡Cuatro décadas desde aquellos primigenios berridos selvático-milpero-neblinosos! ¿Cómo sintetizarlos en un Vozquetinta de apenas cuartilla y media de extensión? ¿Cuáles de mis decenas de anécdotas felices (o traumáticas) al respecto cabría referir a detalle en tan corto espacio? ¿Cuántos afectos, satisfacciones, dichas (también, faltaba más, aflicciones, dolores de cabeza, sinsabores) alcanzaría a revelar aquí?… Mejor ni lo intento. Primero, porque el verdugo de los 3 mil 500 caracteres en una columna periodística me ahorcaría a las primeras de cambio. Y segundo, porque corro el riesgo de que la gente malpensada tome mi desahogo como anhelo de conmiseración o, peor, como regodeo autocomplaciente.

Será el sereno. Lo monografiado, en cambio, ¿quién me lo quita?

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos
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