Consumismo informativo
Vozquetinta
No la analizamos, no la cuestionamos, no verificamos su autenticidad, no la contrastamos, no la masticamos antes de deglutirla. Simple y sencillamente la consumimos. Consumimos información. Kilos, toneladas de ella, día con día, hora tras hora, porque nuestro apetito informativo resulta insaciable, porque nos gana la voracidad de llenarnos la boca de noticias, chismes, piques, pleitos, dimes y diretes de todo cuanto ocurre. Más que gula, la volvemos una adicción compulsiva. Una auténtica bulimia.
La información ya es la columna vertebral de la nueva sociedad de consumo, una segunda edición (actualizada pero no corregida) de aquella enajenante sociedad consumista de bienes materiales que estudiaron los cerebritos de la sociología y la comunicación masiva en la segunda mitad del siglo XX. Ahora es el consumo implacable y caótico de información lo que endiosamos. Por tanto, también lo que nos deshumaniza, lo que nos taladra sin asomo de misericordia desde la pantallita de un celular, la pantalla de una computadora, la pantallota televisiva a la que veneramos en casa como si estuviéramos rezando ante un altar.
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Ni cómo evitar la necesidad de estar informados. Y al momento, desde luego, no como antaño: al día siguiente, en calidad de suceso pasado que leemos en un impreso periodístico. Es esta inmediatez, esta volátil instantaneidad, lo que impone nuestra moderna norma de consumo en materia de comunicación. Por intrascendente, por efímera, por desechable, por vil basura o nota chatarra que sea, debemos consumirla de inmediato. Que venga otra, y otra, y muchas más, al fin que ya aprendimos a concebir como algo cotidiano, entretenido, incluso sano, semejante bombardeo noticioso.
Sin embargo, de no emplear cada quién el hoy tan devaluado raciocinio que le queda como ser humano, ¿no habrá modo de ponerle un freno a la estupidez, a la agresividad, a la prepotencia, a la falacia, para no hablar de que también a las redacciones aberrantes y las ortografías impúdicas, harto comunes en la mayoría de los mensajes que pululan por las redes sociales?… ¡Ay, iluso de mí! Ni que existiera una Procuraduría Federal del Consumidor de Información, donde presentarme a exigir que defiendan mis violados derechos, o de perdida unos Consumidores Anónimos de Información, donde cada semana reunirme de incógnito con otras personas igual de enfermas terminales de informanía que yo, siquiera para llorar juntos nuestro fatalismo.
Será el sereno, pero me viene a la mente aquella película gringa de culto, misma que en los países de habla hispana conocimos como Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973). Ganas me dan de hacer una nueva versión del filme, aunque ahora bajo el título de Cuando el consumismo informativo nos alcance. O más breve y, en consecuencia, más apantallante: Consummatum est.