Concepción, con esperanza
Sus hijos mayores pasaron muy jóvenes la frontera
Pareciera que guarda su tristeza entre los hilos que va bordando. Bajita de
estatura, con el cabello recogido hacia atrás, quiere contener el llanto, pero no puede y, sin embargo, sigue hablando: “a ellos ya les gustó allá”, dice con la voz entrecortada.
Se refiere a sus hijos Raúl y Marcela. Ellos se fueron a Estados Unidos desde
hace casi diez años.
Concepción nació en Deca, Ixmiquilpan hace 45 años, vive muy cerca de ahí, la comunidad de Cerritos.
Tiene dos hijas más: Elsa y Silvia. Ellas estudian en el Cecathi, de Ixmiquilpan.
Dicen preferir quedarse en México, con sus padres. “Ellas sí van a seguir aquí”, asegura Concepción como implorando que así sea.
Casada desde hace 27 años con Raúl, teje a gancho la orilla de una servilleta
de tela y va sacando el hilo de un morralito que cuelga de su hombro izquierdo.
Mira hacia su bordado y continúa con la conversación
-Gracias a Dios mis hijos lograron pasar la Frontera desde la
primera vez, dicen que sufrieron mucho, pero no los regresaron.
Se fueron de mojados y por falta de dinero no pueden sacar sus
papeles para estar legales. Yo creo que ya les gustó la vida de
allá, porque no vienen al pueblo, nada más nos hablan, de vez
en cuando mandan dinero.
Raúl habla a un teléfono público de la comunidad, cada dos o tres semanas. Marcela habla cada tres meses. Raúl y Marcela, estudiaron solamente la
secundaria. Se fueron a Texas donde los esperaba una vecina.
Vivieron con ella uno meses, después se separaron.
Cada quien buscó vivir por su lado. Después Raúl se fue a Nebraska,
dice que cae mucha nieve, es lo único que sé. Trabaja
cuidando vacas, en un rancho, eso lo puede hacer aquí, pero
ya ve, prefirió irse-.
En Nebraska se casó con otra mexicana de nombre Esther y ya tienen dos
hijos de 5 y 4 años. A ella le da pena hablar con la familia de Raúl, quien sabe, a lo mejor porque no los conoce. Compró una casita, pero es patrimonio de allá, no de acá, aquí no tiene nada, argumenta Concepción.
Conoce a sus hijos y su esposa por fotos que mandaron por el correo, pero nunca los ha visto, quien sabe, tal vez algún día.
Marcela trabaja limpiando casas, en Texas, parece que gana bien para vivir
allá. Es madre soltera, tiene una niña de cinco años, pero dice que ya se va a
casar con un salvadoreño que conoció. Se quiere ir con su hermano, para estar juntos.
Concepción elaboraba, momentos antes de la entrevista, paquetes de útiles
escolares para niños de cinco comunidades. Armaba bolsas, junto con otras ocho señoras de Cerritos, con libretas, libros y hasta CD de música, enviados
por el Fondo para Niños de México A.C. que es un Programa Integral de
Nutrición.
Precisamente al hacer esta labor voluntaria, el mismo Fondo la apoya, al igual que al resto de las familias que participan, entregándoles estos paquetes para sus hijos que estudian. Es un apoyo en especie y por lo cual no tendrá que desembolsar dinero para pagar los útiles escolares para sus hijas que entrarán a clases.
Atajadas bajo la sombra de una construcción abandonada, durante un día
caluroso que en el Valle del Mezquital no es extraño, Concepción narra cómo pasaron la frontera sus hijos mayores, Raúl y Marcela.
-Los llevó un señor de confianza, lo conocemos, no se iban a ir
nada más así. Este señor, -del que prefirió omitir su nombre-,
conoce muy bien el camino. Se fueron cuando tenían 16 y el
otro casi 18 años. Casi no se llevaron ropa ni otras
pertenencias, de nada hubiera servido porque dicen que de
todos modos fueron tirando cosas en el camino.
No sé quién los convenció, nada más nos dijeron un día que se iban a ir y la
comunidad juntó 15 mil pesos, además del pasaje. Fue mucho
dinero. Ahora ganan sólo para ellos y eso nos obliga a trabajar
más. Es muy triste pensar que ellos están allá, pero ya luego
nos acostumbramos. Qué le va uno a hacer. Ahora no sé si sus
planes se hayan cumplido, pero aquí no han hecho nada. Yo
les digo que compren un terrenito y construyan para cuando
regresen, pero no lo han hecho. ¿Mi esposo, pues qué va a
decir? Nada, él trabaja las milpas en Cerritos.
Sus hijos mayores, los que se fueron, no hablan de estudios, no pueden sacar sus documentos para vivir legalmente en EU, son muy caros.
Las menores estudian en Ixmiquilpan y ahí quieren seguir
La conversación le trae un manojo de recuerdos y se sigue preguntando por
qué no han regresado por lo menos a visitarlos. Incluso comenta que hace
poco regresó una sobrina que se fue con ellos, pero sus hijos para nada. El
llanto otra vez. Y acepta que no puede salir de su pueblo porque debe ver por sus hijas menores. Elsa y Silvia. Ellas dicen que no se van a ir, que aquí se van a quedar.
Sin parar de bordar dice que también hace servilletas para ayudarse y las
vende en 120 pesos, pero le cuesta trabajo terminar una. Son cuadros de tela de unos 30 por 40 centímetros, con deshilado, flores bordadas en morado y la orilla a ganchillo. Llega a vender unas tres cada dos meses.
Guadalupe guarda su servilleta en el morralito que la acompaña. No oculta su tristeza. Se ve en soledad. Y ella espera, sólo espera.
*Historia tomada del libro Entrenamiento para migrantes, de mi autoría.