A grandes males, federalismo

Desde lo Regional

Digamos que los males modificaron el trato. Obligaron una colaboración estrecha, que en condiciones normales quizá no hubiera pasado del efímero instante fotográfico. Las tensiones y desencuentros normales en una relación orgánica de tantas variables como las propias del modelo federal, quedan disminuidos cuando de resolver se trata, y de hacerlo pronto y bien depende el futuro, más que de la relación política, de la población a la que sirve. 

Las emergencias han producido la manifestación natural del federalismo: suma de competencias, coordinación, acuerdos, cooperación, decisiones compartidas, acciones conjuntas, mutua supervisión, observaciones al trabajo de la otra parte.  La viabilidad del acuerdo depende de la voluntad de las dos partes con mayores capacidades: Federación y entidad federativa. El éxito lo asegura la participación de la autoridad municipal, responsable del primer contacto con la población. 

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La prueba del ácido está en la voluntad de todas las partes que, en las actuales circunstancias, pueden pertenecer a tres diferentes fuerzas políticas, aunque más complicado es el escenario cuando hay dos del mismo signo, por ejemplo la ahora usual correlación partidaria del gobierno municipal con el federal.  

Dice Daniel Innerarity (Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Galaxia Gutenberg, 2020) que la política tiene como objetivo hacer ciertas cosas, pero también impedir otras, absolutamente, o conseguir que pasen de una manera distinta, menos dañina y más provechosa, de como habrían pasado sin su intervención anticipada. Aquí entrarían todas aquellas capacidades mayores que los sistemas políticos tienen que desarrollar para prever, anticipar, proteger y gobernar las situaciones críticas. […] Gobernar bien es imposible si los políticos no exploran el horizonte y continúan cerrando sus ojos a los problemas latentes o incipientes.   

Si en Hidalgo la fórmula federalista -démosle ese calificativo-, asomó en la tragedia de Tlahuelilpan, y quedó establecida para gestionar la crisis del COVID-19, las recientes contingencias provocadas por los fenómenos meteorológicos, la han confirmado con las actitudes afirmativas del presidente López Obrador y el gobernador Fayad. 

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Los efectos del huracán Grace en la sierra y otros más perjudiciales en la región de Tula, produjeron un diálogo, esto hay que subrayarlo, para la generación de soluciones. No fue el acatamiento local ni la imposición federal. El gobernador hizo la observación respecto del censo de la población damnificada, de más familias que las apoyadas económicamente según las cifras del gobierno federal; igual solicitó una reunión en la zona más afectada. Respuesta presidencial: perfeccionen el censo y, vamos a Tula.  

Horas antes de esa mesa de trabajo, el gobernador Fayad planteó públicamente la necesidad de revisar la viabilidad de los programas federales en función de los resultados obtenidos y el recorte de dinero a las entidades federativas. En otros tiempos del presidencialismo mexicano esa manifestación hubiera tenido un costo negativo: desde fríos saludos hasta la descalificación, o de plano el regaño presidencial.    

Está anunciada una nueva ruta federalista para el país, surgida a partir de eventos de solución urgente por los efectos sociales y materiales de su impacto. Atendamos la propuesta del profesor Innerarity: Tenemos que prepararnos para gobernar un mundo en el que no habrá crisis ocasionales, sino que viviremos en una inestabilidad mayor de la que éramos capaces de gestionar.   

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